9. The Artist
Pelicula que recupera claqués, emociones y a la madre que nos parió. Cine francés a la manera del cine mudo americano que nos resucita a un nuevo Gene Kelly en una historia de ida y vuelta de estrella en la yanquilandia del 29 y del crac donde se alzó el cine sonoro. Desde el minuto uno desata la magia del séptimo arte y alcanza a un espectador que alucina con el significado del mensaje que está recibiendo y también con su significante. Con la capacidad para hacerte soñar te catapulta al infinito del sueño de la razón. Ni perfecta ni cien por cien original ni falta que le hace: se basta y se sotiene por sí sola lo suficiente como para llegar a rincones emocionales en los que otras naufragan ahogadas de lagrimita fácil. Imprescindible por su capacidad para teletransportarte a la felicidad de forma instantánea.
8. Beginners
Historia preciosa de emociones sinceras que deslumbra por su candidez, sus interpretaciones y sus aciertos interminables. Desde su sobria realización, pasando por las interpretaciones de los actores y su acertado -e intencionado- uso de los tópicos más habituales de la comedia romántica, todo se convierte en hermoso en una película que hace caminar al espectador por caminos demasiado transitados en el cine actual pero para nada tan bien plasmados como en este caso. Incluso las trampas sentimentales que pueblan su guion se reciben con una sonrisa debido a la poca pretensión de lo que se nos cuenta… o al acierto de su realizador para engañarnos en ese sentido. Con la capacidad para congelarte la lágrima en el momento justo, y sin caer nunca en el sentimentalismo barato, pide permiso para entrar y cuando estás con ella difícilmente quieres dejarla marchar. Fantástica, tierna y con unas conversaciones silenciosas entre dos de sus protagonistas absolutamente inolvidables. Los que la hayáis visto me comprenderéis perfectamente.
7. Carnage
Cuando un realizador es capaz de congelarte la risa y hacerte reflexionar a posteriori durante más de un par de horas acerca de su película es que algo importante ha conseguido. En este caso, Roman Polansky adapta un texto teatral de Yasmina Reza para destrozar la cara amable occidental cargada de buenos propósitos y buenas maneras. Cuatro personajes estereotipados ejercen de verdugos de las buenas intenciones en un sainete interpretado de forma sublime por cuatro actorazos de los que poco se puede decir que no se haya dicho ya. La hipocresía en todas las actuaciones que llevan a cabo los protagonistas en la historia es el suspiro final de una decadencia en la conducta supuestamente civilizada que deja al descubuerto lo animales y salvajes que podemos llegar a ser si dejamos de lado las convenciones sociales y el protocolo que nos maniata. Un espectáculo interpretativo con el que sonríes desde la contemplación del patetismo de unos adultos hastiados por unas vidas insatisfactorias y en plena crisis que deben hacer valer su autoridad moral ante sus hijos sin tenerla ni saber qué narices puede significar tal término. Un plano inicial y uno final dan cuenta de la estupidez de lo que se nos narra a la vez que nos abre los ojos ante nuestro propio comportamiento. Nos reímos con lo que se nos muestra porque nos identificamos con lo que nos muestra, y ahí está el drama y el acierto final de la película. Un espejo que nos devuelve, a la manera de Valle, el esperpento que Polansky ha organizado y construido magistralmente. Un verdadero manual de lo perdidos que podemos llegar a estar y lo imbéciles y ridículos que podemos llegar a ser.
6. Le Havre

Magnífica, hipnótica, surrealista y maravillosa historia que nos conduce a un lugar en el que solo los cuentos más preciosos son capaces de conducirnos. Y es que eso es Le Havre, un cuento maravilloso y precioso narrado con un sobriedad y una sencillez tan perfectas que es imposible criticar nada de lo que la película propone y que además nos agita la conciencia para hacernos despertar ante una realidad ni tan maravillosa ni tan fantástica. Desde una realización plagada de aciertos poco visibles pero clamorosos, Aki Kaurismäki consigue en un minimalista ejercicio de narración contenida la entrega total del espectador a una historia resuelta en clave simbólica. Los personajes que en ocasiones parecen escondidos tras máscaras -que evitan la interpretación- mantienen unos diálogos y unas reacciones que podrían resultar ilógicos o absurdos en una narrativa cinematográfica convencional, pero que no lo son precisamente porque ésta no es una película convencional. En la lectura no ya tan formal nos encontramos con esos mismos personajes como portadores de la antorcha de la esperanza, y tratan de comunicarnos con sus actuaciones que la bondad y el amor forman aún parte de la raza humana. En el filo del realismo mágico y la extravagancia podría haber sido una cinta ridícula en manos de cualquier otro, pero Kaurismäki la dota de una genialidad y una ternura que continúa días después de su visionado. Lo que consigue con Le Havre puede parecer fácil, pero solo está al alcance de aquellos que saben muy bien cómo hacer su trabajo. Y el de este realizador finlandés es el de contar historias desde su propio mundo, un mundo diferente pero con el que afortunadamente muchos aún podemos -o queremos- conectar. Un canto a la solidaridad que se basa en la bondad del ser humano, una bondad que Kaurismäki se encarga de recordarnos que existe y que jamás no debemos olvidar.
5. Melancholia

La destrucción de la esperanza encarnada en el nihilismo de sus protagonistas, perdidos en la desesperación -y la liberación- del no future. Un nuevo Lars que impone su forma perfecta para transportarnos al infierno de unos personajes mediante una doble metáfora: el planeta más devastador se identifica de igual modo con horror y éxtasis ante la belleza de la propia destrucción y con el vacío existencial más tremebundo. Imágenes exquisitas para una película que no es perfecta pero roza la perfección. El planeta de los sentidos corre hacia nuestra destrucción mientras desfallecemos tratando de comprender lo incomprensible. Dolorosa y triste, se levanta con éxito tras extasiarnos -y entristecernos- con su propuesta. Imposible salir de ella sin quedar herido por la emoción y el desencanto, ejerce una atracción insoportable por su mirada romántica al abismo más existencialista. Poética y ahogada en la belleza formal absoluta.
(ver artículo completo en: https://xfar.wordpress.com/2011/11/04/melancolia-%c2%bfo-es-melanchollia-bueno-la-ultima-de-lars/ )
4. Midnight in Paris
El realismo mágico de Midnight in Paris es uno de los principales aciertos de la nueva película de Woddy Allen. Como un cuento maravilloso se despliega ante el espectador una historia protagonizada por un personaje -reconocible para cualquier fan de este director- que campa triste primero y esperanzado después a la búsqueda de una quimera absurda que le conceda a su vida un sentido que él no es capaz de otorgarle. La excusa de la nostalgia y de los paraísos perdidos encuentra en esta historia fantástica el escenario perfecto, y el recorrido por el pasado más dorado que se le propone al espectador es tan atractivo como conmovedor. Stein, Buñuel, Dalí, Picasso, Hemingway… son solo algunos de los artistas con los que un joven personaje -magistralmente interpretado por un Owen Wilson sorprendente- se encontrará en un periplo en el que se difuminan verdad y ficción hasta confundirse totalmente. Y es en ese terreno, de la confusión entra la realidad y la mentira, entre el sueño y el despertar del sueño, en el que se abona lo mejor de una cinta genial que si bien no es la mejor de Allen si puede considerarse deudora de lo mejor que es capaz de darnos. Repleta de momentos estelares y de diálogos y frases que tan solo alguien como él sería capaz de escribir, Woddy Allen se reencuentra -una vez más- con el espectador más exigente que agradece emocionado lo que se le ha ofrecido al apagarse el proyector. Una mueva muestra de cómo este director sigue en forma y es capaz todavía de dar a luz a obras maestras. Sin duda, imprescindible.
3. Black Swan
La angustia y el horror se dan la mano en la nueva producción de Darren Aronofsky, responsable de algunas de las piezas más perturbadoras e inquietantes de la historia del cine americano contemporáneo. Black Swan baña de sangre, sudor y lágrimas a un espectador que asiste alucinado al recorrido de un personaje enfermo de perfeccionismo por los senderos de la locura. El dolor y el sufrimiento de la protagonista de la historia, una bailarina que pugna consigo misma hasta el delirio para conseguir aquello que nunca obtendrá -la perfección que pretende es un pozo infinito sin fondo- son tan extremos y están tan bien plasmados en la pantalla que el visionado puede llegar a agobiar a aquel que se acerque a ver la película sin saber exactamente qué va a presenciar. Una Natalie Portman excelentísima se viste de neurosis y propone su mejor interpretación en la cinta con más espejos y reflejos de la historia cinematográfica reciente. Un in crescendo -como es habitual en las películas de este director- con un clímax final que es solo la punta del iceberg de lo que se ha presenciado hasta ese momento. Dura y seca pero estéticamente preciosa, Black Swan es un mal trago para aquellos que no comulguen con el cine de la ansiedad y el desasosiego, y un sueño para aquellos que busquen emociones fuertes y además una historia de fondo que soporte todo el andamiaje formal propuesto. No es para todos los públicos, pero el que conecta con ella no puede escapar. Laberíntica, terrorífica y dramática.
2. Tyrannosaur

Aún pendiente de estreno, Tyrannosaur es la gran sorpresa del año. Dura como masticar vidrio y terriblemente desasosegante e indigesta, la película narra la historia de un hombre perdido en su propia desesperación que no sabe ni cómo volver a convertirse en ser humano ni si quiere hacerlo. Su día a día es un tránsito de sufrimiento continuo que no parece tener fin y en el que todo está marcado por el impulso de su propia violencia destructora con todo y todos, especialmente consigo mismo. Y cuando parece estar a punto de darse de bruces con un más que posible final trágico por un discurrir vital que se va mostrando desde el inicio de la historia, aparece otro ser humano en conflicto que concederá una segunda oportunidad a sus existencias, horribles y aterradoras hasta ese momento. De narración seca y pegada fuerte, Tyrannosaur juega otra baza importantísima en las interpretaciones de Peter Mullan y Olivia Colman, sublimes, y gracias a ellas el espectador logra empatizar con el infierno de los protagonistas y sentir terror, misericordia y un sinfín de emociones y sensaciones por ellos. El talento mostrado por el realizador Paddy Considine en esta cinta te conquista por las buenas o por las malas, ya que es difícil salir de la sala sin haber entrado en la historia que se narra. Un acierto total en una de las mejores y más auténticas películas del año.
1. Drive
Si el cine crea mitos, esta película construye uno. Un Ryan Gosling acompañado por una BSO inolvidable, unas imágenes setenteras y una dirección ochentera se adentra en un mundo extraño, medio real medio cuento de hadas con caballero de triste figura para asaltar a mano armada a un espectador expuesto al talento por los cuatro costados. Una primera hora inconmensurable, de pulso dramático entre la mostración y la insinuación en el dibujo del personaje principal, determina un segundo y tercer actos que rozan la perfección si no la alcanzan. Trágica hasta la médula y catártica hasta hacerte hincar la rodilla, contiene algunas de las escenas más poderosas y esplendorosas vistas este año en pantalla grande. Crepuscular, misteriosa y hipnótica, sujeta al espectador con fuerza en unos primeros 10 minutos impresionantes que tan solo son la antesala de otros 100 minutos, portentosos en su carga final cinematográfica. Diversas capas de significación de más o menos profundidad recorren este ejercicio de estilo de un Nicolas Wending Refn que firma la mejor de sus películas hasta la fecha. Mítica y ya de culto.
(ver artículo completo en: https://xfar.wordpress.com/2011/10/22/drive-de-vez-en-cuando-ocurre/ )
Y bueno, a falta de ver películas como The Tree of Life, de Terrence Malick, A Separation de Asghar Farhadi, Incendies de Denis Villeneuve (creo que del 2010) o Un método peligroso de David Cronenberg doy por terminada esta lista, mencionando que quizás otra que se merece su entrada sería El Ilusionista, de Sylvain Chomet, una auténtica maravilla salida de la mente de Jacques Tati que vi en el 2011 pero que parece ser pertenece al 2010. Vale la pena su recuperación porque es una de las cintas más emocionantes de las que he visto durante este año.
Dicho esto, acabo esperando que el año 2012 sea tan poderoso y fructífero como el 2011, que ha venido cargado de películas interesantes. Seguro que me he dejado alguna, o más de una, y que otras quizás no lo merezcan, pero lo bueno de no ser crítico de cine y no dedicarse a ello es que puedo ser tan entusiasta como desee sin sentir el aliento de la responsabilidad en la nuca. ¡Abrazo y feliz año!