GRITA Wide Eye. Todo parece levantarse para volverse a dormir. Y vuelta al anticlímax. Y deseo de correr sin mirar atrás deseando no entender el discurrir imbécil de toda-cosa -cualquiera que se cruce en tu camino.

Despierta el día 14 y llora la puta carretera. Se aleja. Se lamenta el asfalto con tanto rechinar de goma quemada y grito del que se dirige a la boca del lobo. A veces parece querer desaparecer… Otra vez. Tras más de veinte años. No aprendemos. No aprende el movimiento acelerado de las pasiones. A decir a la mierda con todo.

Al apretarse contra el asiento se despide de todo aquello que le provoca la emoción que le empuja, día tras día, a hacerlo todo más llevadero. Se acerca y sube el volumen de sus pensamientos hasta hacerlos tan insoportables como le es posible. Se angustia. llama de diferentes formas absurdas a unos hijos que no tiene. Escupe a un cielo que le devuelve la saliva. Despide con un levantamiento muscular casi anárquico de su brazo, siempre sin esperar respuesta, el lugar que le da sentido a todo.

Ciao. Y estate ahí quieto para cuando vuelva. O se lo digo a tus padres.

Escoltant Centipede HZ. Demà senyeres. Crits i velles i joves glòries reclamant espais de llibertat mentre es fabriquen parcs temàtics de pa sucat amb oli, mai millor dit, a recons que abans m’eren agradables. Les retallades són mentals mentre em pregunto què collons hi pinta el seny català en tota aquesta sardana. La mare que va parir a una Espanya que reclama un respecte que no ens dòna fa que em plantegi la recerca de nous universos paral.lels que emmarquin una fugida endavant… que sembla força inviable.

Paradisos no artificials que reclamo cap a mi com a propis. Vull fotre el camp. D’aquí. No em facis dir on és, aquest “aquí”.

Els bancs d’ahir són l’home del sac d’avui. Els polítics d’avui la nostra autòpsia de demà.

I el que és del demà… millor no parlar-ne.

Festival de Sitges, vine a rescatar-me.

Recuerdo cuando esto hacía que todo tuviese sentido.

 

Joder.

Que el gaudiu. O no.

Bon estiu!

Segon videoclip dels Acousters, aquest cop realitzat i editat per mi mateix.

Que el gaudiu!

Desde la insoportable levedad de un ser llamado Brandon, los bucles y círculos concéntricos de una vida atormentada se suceden uno tras otro en una de las grandes películas que han inaugurado mi año cinematográfico particular en la lectura de una partitura particularmente descarnada.

Mi conexión con Shame en el cine fue muy rápida. El primer plano de la película ya me declaró públicamente su amor envuelto en la frialdad azul de una preciosa fotografía que iba a repetirse durante todo el metraje. Y en seguida el primer bucle, el primer gran círculo mostraba la angustia que querían comporatir Fassbender y McQueen con el patio de butacas. En el recorrido absurdo de la cama al contestador automático, en la repetición de las palabras anodinas de la emisora del mensaje telefónico, en la decisión de cada uno de los tiros de cámara que acompañaban a un desnudo Brandon reconstruyendo su tortuosa rutina diaria.

Los bucles continuaban. Una preciosa escena en el metro de Nueva York me advertía del talento del que había orquestado aquella peligrosa ratonera. La asfixia comenzaba a hacerse explícita en cada (no) decisión del personaje principal. En cada gesto, en cada mirada. En cada una de sus sonrisas rota  Fassbender/Brandon se hacía con mi compasión poco a poco, como un animal que comunica sin hablar su necesidad de auxilio. Todo se desarrollaba en un marco de perfección formal que a algunos les alejaba de la historia… mientras que a mí, y también a otros muchos, nos acercaba cada vez más. Hasta que no podíamos escapar de ella. Hasta que el extremo de ese segundo círculo del infierno terminó alcanzándose a sí mismo al final de la película, cerrando así una historia plagada de huidas infructuosas.

De repente reparé en la música. En un primer visionado me pareció escuchar a Bach en varias ocasiones, y en los créditos me percaté de la participación de Glenn Gould y sonreí. Otro bucle. En un segundo visionado advertí que Brandon escucha compulsivamente y en sus momentos más desazonadores las composiciones de este pianista, atrapándolo y transportándolo a una fantasía sonora que acompaña a una realidad evidente que no permite la huida. Y es en la escena en la que Brandon escapa de su casa -y de su hermana- donde queda  más clara tal evidencia: el personaje corre en un plano secuencia falso y la cámara  acompaña y muestra cómo su carrera no le llevará a ningún lugar concreto, como si corriese en una rueda giratoria de ratón de laboratorio. De hecho volverá al mismo lugar del que salió huyendo, dejando claro que no podrá huir por mucho que lo desee. Esa escena, sublime, es el cuarto bucle que fui capaz de reconocer y que me iba envolviendo cada vez más en el infierno del personaje. La música, brillante en su uso y adecuación al tempo de lo que se narra, que se convierte en otro elemento de alto alcance para herir al espectador en lo emocional.

Más simbólicamente, Brandon aparece en sucesivas ocasiones de espaldas -sobre todo en las conversaciones frustrantes con su hermana o en los momentos en que se complica la comunicación o hay un malentendido, como en el restaurante con su compañera de trabajo-, y en algunas de esas ocasiones con la cabeza baja. Desde atrás, aparece sin cabeza. Brandon está decapitado en muchos planos y se  demuestra una intencionalidad en el diseño de la puesta en escena que sería muy injusto no reconocerle como mérito -entre muchos otros- al director de la película. El personaje solo sabe actuar impulsado por su adicción , angustia y desesperación y no razona conscientemente sus acciones y todo queda perfectamente reflejado en cada decisión del McQueen en cuanto a lo que muestra y no muestra en pantalla. Nada está en manos del azar y todo funciona como un mecanismo milimétricamente construido para la mostración de lo que en la historia está siempre latente: la desesperación y la incontinencia del impulso.

Tres largos planos secuencia -o casi- terminan por rematar esta intencionalidad: el primero, la PLUSCUAMPERFECTA interpretación de Carey Mulligan del New York New York que consigue trasladar emocionalmente al espectador al lugar más cercano posible de Brandon. Una escena que quedará para siempre registrada en mi disco duro y que casi logra arrancarme las lágrimas en las dos ocasiones en las que la he presenciado. McQueen te coloca con ella en el clímax de la empatía con su atormentado personaje y te anuncia que lo que te queda por comtemplar va a golpearte muy duro.

El segundo, la conversación entre la compañera de trabajo de Brandon y él en el restaurante, cuando éste trata de buscar un acercamiento  más convencional y pausado con una mujer y se pone de manifiesto que es un terreno estéril, desconocido y doloroso para él. Una conversación hábilmente interrumpida en un guion inteligentísimo por un camarero que parece nacido para poner las cosas todavía más difíciles. Tal conversación termina con un encuentro sexual fallido posterior que iniciará una caída progresiva del personaje al estómago de sus problemas que le acabará prácticamente digeriendo.

El tercero, la terrible conversación entre los dos hermanos que asalvaja y muestra una relación infectada, por parte de él por su falta de control sobre sus impulsos -aterradora la reacción de Brandon cuando su hermana se le acerca demasiado en la cama o lo descubre masturbándose- y por parte de ella por su imposibilidad de autogestionar su propia vida y exigir y demandar un afecto que precisamente Brandon no puede ofrecerle porque no sabe cómo hacerlo. Y menos sin utilizar la única forma que conoce para lograrlo.

Y es en este punto donde está el drama de la película. Porque la historia de Shame no es una historia de sexo, o no lo es solo de sexo. Tampoco de una adicción concreta, porque podría ser cualquier adicción. Es la historia de una incapacidad, la de un ser castrado emocionalmente para relacionarse de forma plena y satisfactoria. Es la historia de alguien que no puede escapar de tal incapacidad y que ha sustituido el placer por el dolor a través del supuesto placer. El sexo y el uso que de él hace el personaje vehicula la historia que McQueen nos cuenta pero sería muy necio creer que al final la historia “va” de eso, o que nos sermonea moralmente en ese sentido. Y lo sería porque en incontables momentos vemos claramente que su uso del sexo no está controlado, y que tan solo existe para calmar la incapacidad  y el dolor que el personaje siente. Así que da un poco igual la adicción que sea; podría ser el juego, la cocaína o la politoxicomanía. Aquí es el sexo. Pero nada más.

La caída final progresiva de Brandon para muchos es criticable. No para mí. Brandon se abandona porque su frustración le lleva a la autodestrucción, y eso se observa claramente en el bar, en lo que pienso es la escena más dura, inteligente, arriesgada y potente de la película. El personaje se castiga hasta el extremo y su actuación tiene que ver con eso. Todo lo que sucede en esos 15/20 minutos es un paseo por el dolor  y la humillación personal del personaje pero no por las prácticas a las que Brandon decide abandonarse, sino por el propio abandono y la incapacidad que tiene de controlarse como lo haría un yonqui de cualquier otra adicción que sufriera. Brandon siente vergüenza por ser incapaz de vivir una vida normal y fingir constantemente que la vive. Por no poder ayudar a su hermana. Por no poder relacionarse con nadie. Por no poder cuidar de sí mismo. La vergüenza por no estar “conectado” (como le recuerda un personaje en un momento clave de la película)  tal y como cualquier ser humano debería estar capacitado para estarlo con otro o con su entorno. Quienes se escandalizan por un lado o critican ese tramo final por otro tendrán sus motivos, pero pienso que se alejan de la verdadera intención de la película que es mostrar el descenso a los infiernos de un adicto a la autodestrucción que quiere pero no sabe -ni parece poder- abandonar la rueda gigante y sin escapatoria en la que se ha convertido su vida. Lo que sucede en Shame es consecuencia de la adicción, no del uso del sexo que Brandon haga. No escandaliza, en la película, que se lo monte con una, dos, tres o ciento cincuenta mujeres. Ni que se la casque cada mañana tres veces. Ni que tenga tanta pornografia en casa que le sea difícil esconderla. Escandaliza el dolor y la humillación que el personaje sufre por ser incapaz de controlar conscientemente su práctica convirtiéndolo en un títere de sus impulsos. Todo lo que le ocurre a Brandon acaba siendo consecuencia de la adicción y no del sexo -de la índole que sea-, y ver otra cosa me resulta un tanto superficial. Es quedarse en #elpenedeFasbender , como corre el hashtag ya hace unos días por Twitter. O pensar que porque un acto dramático final se desencadene en el momento álgido del comportantamiento autodestructivo de Brandon, éste sea causa del primero. Y es absurdo porque en un plano se explica claramente que aquello iba a volver a repetirse -último bucle- y por lo tanto no es -solo- responsabilidad del personaje. Y también porque la mirada final de Brandon en el metro no se intuye que haya o deje de haber ningún tipo de cambio en su actitud debido a ese hecho, y tal corrección si se diera en la realidad requeriría de un proceso mucho más largo y complejo. En una adicción, un hecho puntual no “cura”, por muy dramático que éste fuera y decir lo contrario es no conocer las adicciones y lo que comportan, y en mi opinión no haber entendido absolutamente nada. Pero es solo mi opinión.

Y no se puede terminar un comentario de esta película sin hablar de Michael Fassebender. ¿Existiría esta película sin él? No lo sé. Probablemente, pero sería distinta. El atrevimiento de este actor, en pleno auge de su carrera, a interpretar a Brandon y su problemática por un lado y su acierto descomunal al hacerlo por otro definen a un tipo del que desde luego vamos a oír hablar y mucho. Su interpretación es una de las más grandiosas y aterradoras que he podido ver en una película y no era fácil porque era mucho lo que se jugaba y a priori parecía que podía perder más que ganar. Será difícil ver otra demostración interpretativa de tal calibre en mucho tiempo -aunque espero equivocarme- del mismo modo que dudo que se me olvide jamás la mirada (casi a cámara) de Fassbender en el momento de clímax del último de sus encuentros sexuales, que por su desgarro no logra romper la suspensión de incredulidad pese a mirar directamente a los ojos de los espctadores. Literamente pidiendo ayuda con su mirada y con su cara, grotesca y casi deformada, consiguió -aquí sí- que se me escaparan un par de lágrimas por todo el sufrimiento que me había hecho pasar hasta el momento con su torturado personaje.

@xfar1

Quisiera añadir al ranking de películas del 2011 tres joyas que por diferentes motivos no mencioné abiertamente en los anteriores artículos del blog. Evitaré darles un número para no tener que modificar lo que ya está escrito, y por lo tanto que cada cual las sitúe en el lugar que crea que se merecen.

 

L’Illusionniste

 

Película de animación basada en un guion del mismísimo Jacques Tati que al parecer había escrito para su propia hija, y que por diferentes causas nunca pudo llegar a rodar. Realizada por los responsables (sobre todo Sylvain Chomet) de otra maravilla llamada Les Triplettes de Belleville la película se erige como un verdadero homenaje al genial actor y director francés, a sus gestos, a su mirada y ante todo a su capacidad para arrancar al mismo tiempo la risa y la emoción al espectador más frío y exigente. Su historia, la de un mago en declive que recorre el mundo tratando de ganarse la vida con  un espectáculo anacrónico para los tiempos en los que discurren los acontecimientos, y su relación con una joven soñadora y las gentes de una variopinta región escocesa se usa aquí como excusa para resucitar al verdadero mago -del cine- que fue el creador de obras como Mon Oncle o Play Time. Bendecida por la propia familia de Tati, que inicialmente no veía con demasiado buenos ojos el proyecto, la obra despierta la ternura y la complicidad del espectador en un casi constante silencio, del mismo modo que lo conseguía el propio Tati con sus películas con actores reales. Artesanal en su (re)creación e ingenua pero certera en su intención, este film logró emocionarme como el que más en este 2011 por su amplio repertorio de momentos mágicos y enternecedores sin nunca jamás caer ni en la vulgaridad ni en el sentimentalismo barato. Perdérsela es una auténtico crimen, igual que pensar que por ser una cinta animada tiene menos valor que cualquier otra. La orfebrería y la arquitectura manual se imponen en la sorpresa más preciosa de la temporada, y planta cara a la mejor de las películas de Pixar. Contempladla, disfrutadla… y ya diréis.

 

 

Animal Kingdom

(no mencionada en los anteriores posts porque creía que era del 2010 y porque no la vi en el cine)

 

 



 

 

 

 

 

Animal Kingdom es una bala disparada al estómago de la incomodidad, y constituye un retrato terrible y despiadado de una familia (des)estructurada en torno al crimen y a la influencia de varios de sus miembros. Las bestias salavajes que campan por el relato de sus acciones, devoradoras de cualquier indicio de humanidad que ponga en peligro los mandamientos que rigen su código de conducta, entran en crisis por la participación en sus acciones de un elemento interno que desvaloriza y debilita el poder adquirido con los años por la manada y sus dos líderes: una madre de una maldad casi hipnótica que solo puede actuar desde un mal que ya no controla  y uno de sus hijos, el más terrible criminal que ya actúa como cabeza de familia. Ambos personajes completan una de las parejas más inquietantes y enloquecidas vistas este año siempre desde la contención y la sobriedad del trabajo de los actores que les insuflan vida. En el desarrollo de los acontecimientos, ambos personajes se esmerarán para mantener el equlibrio de una situación ya desequilibrada que pondrá en jaque toda la arquitectura de semejante tela de araña de la maldad creada por todos durante años y años desde la podredumbre y la insalubridad más perversa. El enfrentamiento entre ellos y aquel elemento -distorsionador- y la capacidad del director de la cinta se unen para transmitirnos el mal rollo más enfermizo y desesperanzador que uno se pueda imaginar. Sin grandes aspavientos, ni necesitada de un ritmo frenético o de una exageración en las interpretaciones, Animal Kingdom se consagra y eleva a su responsable, el australiano David Michôd a los altares del cine con una película que no se olvida fácilmente. Tremenda, dura y poco recomendable si se quiere disfrutar de una velada agradable, a no ser que seas un devorador de cine sin concesiones. Salida de las entrañas del resentimiento y de lo retorcido de sus personajes, debe verse más de una vez para apreciar todos los matices que encierra. Quizás la película que más duro me ha impactado en todo el año.

 

 

A separation (Nader & Simin)

(no mencionada porque no la había visto aún)

 

 

 

 

 

 

 

 

Una maravillosa experiencia cinematográfica no tiene porque estar separada de una satisfactoria transmisión de valores o ideas, del mismo modo que ese hecho no tiene porque dar como resultado una obra moralista o maniqueísta. Es el caso de la película de Asghar Farhadi, A separation, que logra esa comunicación y además da un golpe sobre la mesa ante los prejuicios que pueden llevar al público a no ir al cine por tratarse de una película alejada inicialmente de nuestra experiencia cinematográfica por su lugar de origen. La ganadora del oso de oro a la mejor película  y de los osos de plata a las interpretaciones masculina y femenina de la Berlinale del 2011 construye a través de un relato cinematográfico narrado de la forma más clásica un artefacto demoledor que patea inmisericorde todos los preceptos de la cultura, la religión musulmana y sus preceptos contradictorios, el conservadurismo, la intolerancia y  la división de clases iraníes pero nunca tan solo desde la condena, sino desde la reflexión. La incapacidad para poder escapar al blanco o negro -sin matices- de las acciones de los personajes durante la película exaspera al espectador que se pregunta por qué no pueden detenerse los acontecimientos y sus protagonistas para reflexionar sobre lo acontecido y buscar la solución más tácita y racional. El miedo, el terror a la equivocación y al castigo moral y divino es aquí uno de los elementos que determina las acciones de los personajes, que hacen equilibrios para tratar de actuar desde su  lógica y a la vez de no escapar a una normativa que impera en cada una de sus vidas, en cada una de sus decisiones.  A separation describe lo que ocurre cuando unos y otros, seres humanos con sus conflictos y problemas, tratan de (sobre)vivir enmedio de una serie de condicionantes que aquí se llaman de un modo pero que en cualquier otro lugar se llamarían de otro, y cómo ese intento se torna una pesadilla cuando se produce una situación inesperada que pone en peligro todo lo que se es y se ha logrado, sea mucho o poco. Y ese es otro de los grandes aciertos de su guión: que no hay buenos ni malos, ni nadie ni nada a quien culpar más que a los seres humanos y sus contradicciones. La película trata además temas sociales y se convierte en un arma de doble filo que analiza por un lado las contradicciones de un sistema de vida y de funcionamiento social y estamental y por otro muestra una realidad que a veces parece “tapada” por una cortina de humo de acontecimientos más superficiales pero más llamativos a nuestros ojos occidentales. Es una cinta que habla de Irán y desde Irán y que cobra sentido en ese espacio concreto, pero sería un error creer que tan solo es una historia que trata de mirar de forma crítica ese mismo espacio, porque en el fondo, la mirada es hacia el ser humano y sus contradicciones, y de eso sabemos todos bastante estemos donde estemos y vivamos en el lugar que vivamos. Un acierto total que me recordó a otra cinta de hace unos años, 4 meses, 3 semanas y 2 días (ver aquí artículo completo https://xfar.wordpress.com/2008/03/17/4-meses-tres-semanas-y-dos-dias-l%e2%80%99asfixia-de-la-narrativa-de-la-calma/), por lo que de ambas uno se lleva a casa: una sesión de cine magnífica y una reflexión en forma narrativa de una realidad muy diferente a la nuestra.

9. The Artist

Pelicula que recupera claqués, emociones y a la madre que nos parió. Cine francés a la manera del cine mudo americano que nos resucita a un nuevo Gene Kelly en una historia de ida y vuelta de estrella en la yanquilandia del 29 y del crac donde se alzó el cine sonoro. Desde el minuto uno desata la magia del séptimo arte y alcanza a un espectador que alucina con el significado del mensaje que está recibiendo y también con su significante. Con la capacidad para hacerte soñar te catapulta al infinito del sueño de la razón. Ni perfecta ni cien por cien original ni falta que le hace: se basta y se sotiene por sí sola lo suficiente como para llegar a rincones emocionales en los que otras naufragan ahogadas de lagrimita fácil. Imprescindible por su capacidad para teletransportarte a la felicidad de forma instantánea.

8. Beginners

Historia preciosa de emociones sinceras que deslumbra por su candidez, sus interpretaciones y sus aciertos interminables. Desde su sobria realización, pasando por las interpretaciones de los actores y su acertado -e intencionado- uso de los tópicos más habituales de la comedia romántica, todo se convierte en hermoso en una película que hace caminar al espectador por caminos demasiado transitados en el cine actual pero para nada tan bien plasmados como en este caso. Incluso las trampas sentimentales que pueblan su guion se reciben con una sonrisa debido a la poca pretensión de lo que se nos cuenta… o al acierto de su realizador para engañarnos en ese sentido. Con la capacidad para congelarte la lágrima en el  momento justo, y sin caer nunca en el sentimentalismo barato, pide permiso para entrar y cuando estás con ella difícilmente quieres dejarla marchar. Fantástica, tierna y con unas conversaciones silenciosas entre dos de sus protagonistas absolutamente inolvidables. Los que la hayáis visto me comprenderéis perfectamente.

7. Carnage

Cuando un realizador es capaz de congelarte la risa y hacerte reflexionar a posteriori durante más de un par de horas acerca de su película es que algo importante ha conseguido. En este caso, Roman Polansky adapta un texto teatral de Yasmina Reza para destrozar la cara amable occidental cargada de buenos propósitos y buenas maneras. Cuatro personajes estereotipados ejercen de verdugos de las buenas intenciones en un sainete interpretado de forma sublime por cuatro actorazos de los que poco se puede decir que no se haya dicho ya. La hipocresía en todas las actuaciones que llevan a cabo los protagonistas en la historia es el suspiro final de una decadencia en la conducta supuestamente civilizada que deja al descubuerto lo animales y salvajes que podemos llegar a ser si dejamos de lado las convenciones sociales y el protocolo que nos maniata. Un espectáculo interpretativo con el que sonríes desde la contemplación del patetismo de unos adultos hastiados por unas vidas insatisfactorias y en plena crisis que deben hacer valer su autoridad moral ante sus hijos sin tenerla ni saber qué narices puede significar tal término. Un plano inicial y uno final dan cuenta de la estupidez de lo que se nos narra a la vez que nos abre los ojos ante nuestro propio comportamiento. Nos reímos con lo que se nos muestra porque nos identificamos con lo que nos muestra, y ahí está el drama y el acierto final de la película. Un espejo  que nos devuelve, a la manera de Valle, el esperpento que Polansky ha organizado y construido magistralmente. Un verdadero manual de lo perdidos que podemos llegar a estar y lo imbéciles y ridículos que podemos llegar a ser.

6. Le Havre

Magnífica, hipnótica, surrealista y maravillosa historia que nos conduce a un lugar en el que solo los cuentos más preciosos son capaces de conducirnos. Y es que eso es Le Havre, un cuento maravilloso y precioso narrado con un sobriedad y una sencillez tan perfectas que es imposible criticar nada de lo que la película propone y que además nos agita la conciencia para hacernos despertar ante una realidad ni tan maravillosa ni tan fantástica. Desde una realización plagada de aciertos poco visibles pero clamorosos, Aki Kaurismäki consigue en un minimalista ejercicio de narración contenida la entrega total del espectador a una historia resuelta en clave simbólica. Los personajes que en ocasiones parecen escondidos tras máscaras -que evitan la interpretación- mantienen unos diálogos y unas reacciones que podrían resultar ilógicos o absurdos en una narrativa cinematográfica convencional, pero  que no lo son precisamente porque ésta no es una película convencional. En la lectura no ya tan formal nos encontramos con esos mismos personajes como portadores de la antorcha de la esperanza, y  tratan de comunicarnos con sus actuaciones que la bondad y el amor forman aún parte de la raza humana. En el filo del realismo mágico y la extravagancia podría haber sido una cinta ridícula en manos de cualquier otro, pero Kaurismäki  la dota de una genialidad y una ternura que continúa días después de su visionado. Lo que consigue con Le Havre puede parecer fácil, pero solo está al alcance de aquellos que saben muy bien cómo hacer su trabajo. Y el de este realizador finlandés es el de contar historias desde su propio mundo, un mundo diferente pero con el que afortunadamente muchos aún podemos -o queremos- conectar. Un canto a la solidaridad que se basa  en la bondad del ser humano, una bondad que Kaurismäki se encarga de recordarnos que existe y que jamás no debemos olvidar.

5. Melancholia

La destrucción de la esperanza encarnada en el nihilismo de sus protagonistas, perdidos en la desesperación -y la liberación- del no future. Un nuevo Lars que impone su forma perfecta para transportarnos al infierno de unos personajes mediante una doble metáfora: el planeta más devastador se identifica de igual  modo con horror y  éxtasis ante la belleza de la propia destrucción y con el vacío existencial más tremebundo. Imágenes exquisitas para una película que no es perfecta pero roza la perfección. El planeta de los sentidos corre hacia nuestra destrucción mientras desfallecemos tratando de comprender lo incomprensible. Dolorosa y triste, se levanta con éxito tras extasiarnos -y entristecernos- con su propuesta. Imposible salir de ella sin quedar herido por la emoción y el desencanto, ejerce una atracción insoportable por su mirada romántica al abismo más existencialista. Poética y ahogada en la belleza formal absoluta.

(ver artículo completo en: https://xfar.wordpress.com/2011/11/04/melancolia-%c2%bfo-es-melanchollia-bueno-la-ultima-de-lars/ )

4. Midnight in Paris

El realismo mágico de Midnight in Paris es uno de los principales aciertos de la nueva película de Woddy Allen. Como un cuento maravilloso se despliega ante el espectador una historia protagonizada por un personaje -reconocible para cualquier fan de este director- que campa triste primero y esperanzado después a la búsqueda de una quimera absurda que le conceda a su vida un sentido que él no es capaz de otorgarle. La excusa de la nostalgia y de los paraísos perdidos encuentra en esta historia fantástica el escenario perfecto, y el recorrido por el pasado más dorado que se le propone al espectador es tan atractivo como conmovedor. Stein, Buñuel, Dalí, Picasso, Hemingway… son solo algunos de los artistas con los que un joven personaje -magistralmente interpretado por un Owen Wilson sorprendente- se encontrará en un periplo en el que se difuminan verdad y ficción hasta confundirse totalmente. Y es en ese terreno, de la confusión entra la realidad y la mentira, entre el sueño y el despertar del sueño, en el que se abona lo mejor de una cinta genial que si bien no es la mejor de Allen si puede considerarse deudora de lo mejor que es capaz de darnos. Repleta de momentos estelares y de diálogos y frases que tan solo alguien como él sería capaz de escribir, Woddy Allen se reencuentra -una vez más- con el espectador más exigente que agradece emocionado lo que se le ha ofrecido al apagarse el proyector. Una mueva muestra de cómo este director sigue en forma y es capaz todavía de dar a luz a obras maestras. Sin duda, imprescindible.

3. Black Swan

La angustia y el horror se dan la mano en la nueva producción de Darren Aronofsky, responsable de algunas de las piezas más perturbadoras e inquietantes de la historia del cine americano contemporáneo. Black Swan baña de sangre, sudor y lágrimas a un espectador que asiste alucinado al recorrido de un personaje enfermo de perfeccionismo por los senderos de la locura. El dolor y el sufrimiento de la protagonista de la historia, una bailarina que pugna consigo misma hasta el delirio para conseguir aquello que nunca obtendrá -la perfección que pretende es un pozo infinito sin fondo- son tan extremos y están tan bien plasmados en la pantalla que el visionado puede llegar a agobiar a aquel que se acerque a ver la película sin saber exactamente qué va a presenciar. Una Natalie Portman excelentísima se viste de neurosis y propone su mejor interpretación en la cinta con más espejos y reflejos de la historia cinematográfica reciente. Un in crescendo -como es habitual en las películas de este director- con un clímax final que es solo la punta del iceberg de lo que se ha presenciado hasta ese momento. Dura y seca pero estéticamente preciosa, Black Swan es un mal trago para aquellos que no comulguen con el cine de la ansiedad y el desasosiego, y un sueño para aquellos que busquen emociones fuertes y además una historia de fondo que soporte todo el andamiaje formal propuesto. No es para todos los públicos, pero el que conecta con ella no puede escapar. Laberíntica, terrorífica y dramática.

2. Tyrannosaur

Aún pendiente de estreno, Tyrannosaur es la gran sorpresa del año. Dura como masticar vidrio y terriblemente desasosegante e indigesta, la película narra la historia de un hombre perdido en su propia desesperación que no sabe ni cómo volver a convertirse en ser humano ni si quiere hacerlo. Su día a día es un tránsito de sufrimiento continuo que no parece tener fin y en el que todo está marcado por el impulso de su propia violencia destructora con todo y todos, especialmente consigo mismo. Y cuando parece estar a punto de darse de bruces con un más que posible final trágico por un discurrir vital que se va mostrando desde el inicio de la historia, aparece otro ser humano en conflicto que concederá una segunda oportunidad a sus existencias, horribles y aterradoras hasta ese momento. De narración seca y pegada fuerte, Tyrannosaur juega otra baza importantísima en las interpretaciones de Peter Mullan y Olivia Colman, sublimes, y gracias a ellas  el espectador logra empatizar con el infierno de los protagonistas y sentir terror, misericordia y un sinfín de emociones y sensaciones por ellos. El talento mostrado por el realizador Paddy Considine en esta cinta te conquista por las buenas o por las malas, ya que es difícil salir de la sala sin haber entrado en la historia que se narra. Un acierto total en una de las mejores y más auténticas películas del año.

1. Drive

Si el cine crea mitos, esta película construye uno. Un Ryan Gosling acompañado por una BSO inolvidable, unas imágenes setenteras y una dirección ochentera se adentra en un mundo extraño, medio real medio cuento de hadas con caballero de triste figura para asaltar a mano armada a un espectador expuesto al talento por los cuatro costados. Una primera hora inconmensurable, de pulso dramático entre la mostración y la insinuación en el dibujo del personaje principal, determina un segundo y tercer actos que rozan la perfección si no la alcanzan. Trágica hasta la médula y catártica hasta hacerte hincar la rodilla, contiene algunas de las escenas más poderosas y esplendorosas vistas este año en pantalla grande. Crepuscular, misteriosa y hipnótica, sujeta al espectador con fuerza en unos primeros 10 minutos impresionantes que tan solo son la antesala de otros 100 minutos, portentosos en su carga final cinematográfica. Diversas capas de significación de más o menos profundidad recorren este ejercicio de estilo de un Nicolas Wending Refn que firma la mejor de sus películas hasta la fecha. Mítica y ya de culto.

(ver artículo completo en: https://xfar.wordpress.com/2011/10/22/drive-de-vez-en-cuando-ocurre/ )

Y bueno, a falta de ver películas como The Tree of Life, de Terrence Malick, A Separation de Asghar Farhadi, Incendies de Denis Villeneuve (creo que del 2010) o Un método peligroso de David Cronenberg doy por terminada esta lista, mencionando que quizás otra que se merece su entrada sería El Ilusionista, de Sylvain Chomet, una auténtica maravilla salida de la mente de Jacques Tati que vi en el 2011 pero que parece ser pertenece al 2010. Vale la pena su recuperación porque es una de las cintas más emocionantes de las que he visto durante este año.

Dicho esto, acabo esperando que el año 2012 sea tan poderoso y fructífero como el 2011, que ha venido cargado de películas interesantes. Seguro que me he dejado alguna, o más de una, y que otras quizás no lo merezcan, pero lo bueno de no ser crítico de cine y no dedicarse a ello es que puedo ser tan entusiasta como desee sin sentir el aliento de la responsabilidad en la nuca. ¡Abrazo y feliz año!

Ya instalado en el nuevo año y tras un par de ágapes orgiásticos y sodomorrianos me encuentro con la necesidad de ampliar -y explicar- un poco más mi lista de películas favoritas del año 2011. No preguntéis por qué, nuestra tradición histórica nos tiene tan embadurnados de culpa que supongo que incluso con algo tan subjetivo me siento en el -estúpido- deber de dar explicaciones de mis preferencias cinematográficas, siempre personales y para nada de valor absoluto. Sea como sea, trataré en las próximas líneas de vaciar mi recuerdo en este artículo que espero me ayude también a ordenar mis ideas en relación a esto del cine, que me tiene tan y tan fascinado.

19. El hombre de al lado

Película argentina de bajo presupuesto de inquietante y metafórica trama, que cumple con creces las  pretensiones expuestas en su guion. Un gafapástico arquitecto y su mundo aburguesado chocan con un rudo y anárquico vecino que poco a poco romperá el absurdo equilibrio conseguido por el primero a lo largo de una superficial y ya ataráxica existencia. Una mirada muy simbólica a un infierno del aburimiento y la hipocresía interpretada y dirigida con pulso firme y mucha maestría.

(artículo conpleto en: https://xfar.wordpress.com/2011/08/30/el-hombre-de-al-lado-nadie-esta-a-salvo/ )

18. The Woman

Lucky McKee (@LuckyMcKee) destroza el retrato feliz de familia americana con una historia polémica y extremadamente peligrosa en su exposición y contenido. Una mujer salvaje que campa por los bosques se convierte en la presa de un padre de familia que trata de civilizarla para mayor gloria de Dios y su entorno, de la forma que sea siempre que la convierta en un elemento de carácter doméstico y que se atenga a sus normas establecidas. Bajo esta primera capa externa se encuentra una lectura ácida y corrosiva a medio camino entre Solondtz y Haneke, con tantos detractores como seguidores en su pase en Sitges 2011. Interesante, polémica, violenta y para muchos estúpida y repulsiva. Para mí, muy interesante cuanto menos.

17. Another Earth

Una joven trata de encontrar una segunda oportunidad en una historia de redención personal con un motivo sci-fi de metáfora y simbolismo más que evidentes. En una segunda Tierra donde nuestro reflejo podría concedernos una vía de escape alternativa a nuestro recorrido vital y a nuestros errores se instala la esperanza de unos personajes perdidos en un existencialismo pesimista provocado por una vida menos que satisfactoria y cargada de dolor y sufrimiento. Cine indie de qualité que cumple y colma con creces todo aquello que puede esperarse del cine de bajo presupuesto y del entusiasmo de un director que presenta su primera historia de ficción narrativa.Hermosa, triste, melancólica y catártica.

(artículo completo en https://xfar.wordpress.com/2011/10/21/another-earth/ )

16. No Tengas Miedo

Montxo Armendáriz (@montxoarmendari) se pone su peto de director más comprometido y traza una historia de complejísima narración con una habilidad y cuidado que sorprende y gratifica a partes iguales. La historia de una joven que sufre abusos por parte de un miembro de su familia y todo su periplo vital, cargado de sufrimiento, miedo y reinserción ya no solo social sino también vital te enfrenta a un tema que en ningún momento le estalla a su realizador en la cara; al contrario, su mimo en la dirección de actores, la preproducción (y postproducción) de la película y la narración de la historia la elevan a una categoría de cinta de las que debe verse, ya no solo desde un punto de vista puramente artístico y cinematográfico -que también-. Un regalo para todos aquellos que se acerquen a ella y un motivo para abrir los ojos ante una áspera realidad que está más presente de lo que pensamos en nuestra vida diaria. No tengáis miedo, y acercaos a ella.

15. I Saw The Devil

Que el cine asiático es capaz de agitar todas nuestras referencias inmediatas en relación al séptimo arte ya lo he ido comprobando con muchas películas intertesantes desde hace ya algunos años. Y quizás sin ser más redonda que Memories Of a Murder u Old Boy, I Saw The Devil es una película que te golpea los sentidos con una fuerza que se escapa de lo puramente formal, por mucho que algunos digan lo contrario. La presentación de la violencia -seca, sin ningún tipo de concesión-, una violencia para nada lúdica y que te daña hasta resultarte en ocasiones insoportable se une a la narración de unos acontecimientos realizada bajo una mirada y un ritmo diferentes, casi extraños para el espectador que no esté acostumbrado a la mirada de esta nueva ornada de directores orientales. La caza entre gato y ratón cruel y despiadada que no te deja respirar, realizada bajo esa -para algunos- “nueva mirada” se combinan para parir este acercamiento al muchas veces atractivo abismo de la locura, la venganza, el instinto salvaje y la obsesión. Maravillosamente terrible.

14. Mientras Duermes

Que Jaume Balagueró (@jbalaguero) es un buen director de cine de género no lo dudaba ya nadie. Pero que fuera capaz de acercar ese género a un público más amplio y dignificarlo como se merece ya era algo que no estaba tan claro. Y con Mientras duermes, el realizador catalán no solo lo consigue, sino que se sitúa en una posición peligrosa por lo que a partir de ahora va a esperarse de él y sus nuevas piezas audiovisuales. En su nueva película Balagueró abandona fantasmas, infectados y sectas para adentrarse en la realidad de un enfermo psicópata misátropo plagado de frustraciones interpretado por un pluscuamperfecto Lluis Tosar, que curiosamente se encarga de la seguridad y el funcionamiento de todo un edificio. La tensión aquí no es explosiva y Balagueró nos conduce por uan historia espeluznante en una narración de tensión creciente que es la perfecta mostración de la perversidad más absoluta. Junto a Alberto Marini (@Alberto_Marini), responsable del guion y de una novela de reciente aparición basada en la historia, Balagueró, y Tosar construyen este monumento a lo retorcido de la mente humana. Brutal y Hitchcokiana.

13. The Yelow Sea 

Viendo esta película en el pasado Festival de cine fantástico de Sitges pensé que los americanos tenían un problema. Y muy gordo. Y es que si esto es un blockbuster a la coreana -como he oído por ahí- el listón está ahora tan alto que veremos cómo y quién es el guapo que se atreve a superarlo. The Yelow Sea es la película de acción más potente que un servidor ha visto en un cine (a falta de visionar la explosiva The Raid, de la que dicen traspasa todo lo imaginable), y su impronta ha quedado grabada a fuego en mi retina hasta el punto que espero que se estrene para poder repetir y comprobar si tal locura de dirección frenética lo es tanto o yo aquel  día estaba un poco flojeras y exageré su no pocas virtudes. Sea como sea, mi recuerdo es lo más parecido a una bofetada que me han dado en un cine últimamente en cuanto a ritmo y acción desenfrenada se refiere. No os la perdáis, pero sobre todo -y si finalmente puede ser- no os la perdáis en pantalla grande. Una auténtica bomba de relojería.

12. Attack The Block

El cachondeo de una pandilla basura gangsta te agarra de la mano y te sube a su montaña rusa particular en sus peleas con alienígenas con dientes color verde fosforito. Un casting de 10 se impone en una propuesta sumamente entretenida que llega donde otras entonan el quiero y no puedo. Divertidisma quintaesencia de la tontería sin más maldad que la búsqueda del entretenimiento que funciona de principio a fin. No puede verse doblada y mejor disfrutarla en compañía: el compadreo en su visionado potencia aún más sus aciertos. Incomensurable.

(articulo completo en: https://xfar.wordpress.com/2011/10/10/attack-the-block-%c2%bfsuper-8-millas/ )

11. Secuestrados

Los 12 planos secuencia que componen esta maravilla de la tensión creciente creada por Miguel Ángel Vivas (@mangelvivas) nos golpean sin piedad en una ficción de intromisión a la privacidad desde la narrativa de ficción tan bien realizada que parece mentira que no haya tenido más repercusión a todos los niveles. Y es que este realizador  pone en jaque a todo aquel espectador que se atreva a acercarse a lo que plantea su historia, sea cual sea su experiencia previa en el visionado de películas de género. Durante su pase en Sitges se escuchaba a los espectadores retorcerse en sus butacas y la incomodidad y el mal rollo que logró transmitir pocas veces he podido vivirlo en este Festival como lo viví durante los casi 90 minutos de in crescendo casi insoportable que dura el film (y hace 20 años que campo por ese bendito pueblo del Garraf en esas fechas). Poderosa, terrible y de difícil digestión, se alza gracias a un talento descomunal en la preproducción de un rompecabezas de la realización que a priori resulta ya una locura. Imprescindible para cualquier amante del cine de género. Vedla. Ya.

10. Diamond Flash

Diamond Flash trailer from Psicosoda Films on Vimeo.

Clásico inmediato de visionado difícil por su inexistente -que yo sepa- distribución cinematográfica. Busquen, comparen y si ven un artefacto mejor diseñado con menos dinero me avisan. Un Carlos Vermut (@CarlosVermut) que hace su entrada triunfal con una historia a varias bandas de una valentía como pocas veces he visto en pantalla grande. Extraña, bizarra, mágica y llena de referencias a un mundo cultural más escondido que expuesto, pide a gritos una oportunidad que la lleve al lugar que se merece. El tiempo la pondrá en su sitio, porque su acierto es toda ella, su existencia. Enorme.

(sigue en próximo post)

Se abre el telón. Se ve a Kirsten Dunst en cámara superlenta haciendo poses de bailarina de diseño y vestida de novia. De repente el mundo explota. Se cierra el telón. ¿Cómo se llama la película?

Pista: no es Spiderman.

 

Vale, vamos al trapo. Hace muchos años, en un lugar llamado Festival de cinema Fantàstic (y en ese momento de terror) de Sitges, se presentó la película de un (bastante) desconocido director en ese momento. El señor en cuestión era danés y su obra se llamaba Europa. En su pase algunos se durmieron, otros  bostezaron y otros celebraron una fiesta por haber descubierto algo nuevo, diferente, que dejaba un sabor a autor  que se podía palpar en cada plano, en cada secuencia. La película era una especie de culminación a una trilogía que él mismo se había encargado de filmar y fue mi primer contacto con Lars Von Trier, un contacto que, por cierto, y a mis 18 añitos, me resultó muy interesante. No, señores, no me dormí. Y continúo pensando que es una película tan hipnótica como interesante. Por cierto, en mi querido Festival de Sitges la cinta ganó un premio (el de mejor película).

Luego le perdí la pista. Yo estaba más obsesionado, en esa época, en tratar de conseguir un autógrafo de Peter Jackson (¡Lo tengo! ¡De cuando presentó Braindead! jejeje), de charlar con Wes Craven con motivo de la presentación de The people under the Stairs o de asumir que la persona con la que me había comido unos bocatas en el bar del cementerio durante un par de años conseguía ganar el premio al mejor cortometraje con su primer trabajo, Alicia. Todo muy normal en un seguidor del cine fantástico. Sea como sea no oí hablar de Von Trier hasta que un día topé con algo llamado Los idiotas. De hecho sí que había oído hablar de un concepto nuevo acunado por un tipo extraño que trataba de revolucionar la forma de hacer cine, eso del Dogma. Y había visto en Sitges piezas com Festen, que se acercaban a esa forma de narración. Pero Los idiotas la vi más tarde, y la vi en casa.

Quedé totalmente impactado. Me aburrí abismalmente pero lo que conseguí ver de su metraje me sobrepasó formalmente lo suficiente como para recuperar Europa. No podía creer el cambio, la evolución del tal Von Trier. Del preciosismo y la búsqueda de perfección estética al feísmo y la búsqueda de la narración bruta. Sin música, sin casi montaje, con la cámara en mano. Y con un tema delicado por políticamente incorrecto. Un salto sin red. O te gustaba o la odiabas. Yo la odié narrativamente pero me interesó conceptualmente. Y me puse al día.

Empecé a recuperar su obra. Primero fue una miniserie de terror danesa que recomiendo enfurecidamente (Riget, o The Kingdom). Después llegó a mis manos ese dramón de proporciones cuasi burlescas llamado Rompiendo las olas. Y después afortunadamente pude ver sus películas ya en cine y en el orden en que las fue estrenando. Bailar en la oscuridad, Dogville, Manderlay y finalmente Anticristo.

El Lars Von Trier que me interesa empieza en Europa, pasa por The Kingdom y aterriza en Bailar en la oscuridad. Pero es el de Dogville el que ya no me interesa, sino  que me FASCINA. Y claro, como aficionado al terror, cuando estrenaron Anticristo no podía esperar. Y lo que en un primer visionado reveló una cierta decepción, se reconvirtió en admiración contenida en los dos siguientes. Y así esperando y en alerta pasé el tiempo que se tardó en anunciar Melancolía.

Me salto el tema polémicas. Me aburren un poco estas cosas, la verdad, y sobre todo me dan mucho miedo las ejecuciones públicas. Así que solo hablaré de la película; y  lo primero que debo decir si hablo de ella es que debo empezar siendo sincero y advertir a los lectores de que me dormí. Sí, señores. En ciertos momentos de Melancolía me quedé frito. En mi favor debo explicar que -de nuevo- el pase fue en Sitges y que llevaba una semanita de tres pares de narices. Los que seguís mi twitter (@xfar1) o habíes leído este blog en el pasado sabéis que yo voy a Sitges pero no dejo de trabajar, no soy tan afortunado. Y que cada día me casco unos cuantos quilómetros yendo y viniendo de Barcelona -o Sant Cugat, donde trabajo- por lo que apenas duermo. Así las cosas, en el pase de Melancolía llevaba este último Sitges unas veinte películas a mi espaldas, pocas horas de sueño y un cansancio evidente que no eran la mejor forma de entrar a ver ninguna película (y puede que esta aún menos). Sea como fuere Morfeo me invadió en un par de momentos y por ese motivo hoy (cuando acabe de escribir esto) me dirigiré de nuevo al cine a verla. Pero sé con certeza que fue poco lo que me perdí, y por eso hoy me atrevo a hablar de ella.

Y una vez aclarado este punto debo decir que la película es una joya. Un artefacto visual de un tratamiento estético perfecto. Melancolía trabaja desde la imagen y la metáfora sobre los temas manidos de siempre pero con una delicadeza pocas veces vista en una sala. Es una película sensitiva, que ataca a los sentidos, que te envuelve y te masajea el intelecto de forma sutil, con palabras y gestos suaves, casi irreconocibles por su aparente sencillez. Te seduce. La música, los primeros minutos al ralentí con esa fotografía ensoñadora, la desasosegante historia que narra, sencilla pero violenta en su fuero interno… Todo en Melancolía parece destinado a hacerte caer de rodillas ante la belleza con mayúsculas, y todo se presenta ante ti como una inmenso llanto de dolor contenido que estalla en un final agónico y de categoría trágica. Formalmente no tiene un solo pero: el señor Von Trier dice que está harto de Melancolía porque no le suposo ningún esfuerzo rodarla (?) (leed aquí la entrevista en la que lo afirma, por cierto interesantísima) y la verdad es que si lo dice en serio parece que se desmarca del resto de los mortales, porque me parece revestida de un envoltorio difícilmente alcanzable por alguien que no sea un genio.

Pero claro, Melancolía camina por muchos senderos que la hacen interesante para bien o para mal. Las interpretaciones de todos sus actores son maravillosas y la doble metáfora que dispara los conflictos de los personajes y el leit motiv de la película funcionan a la perfección. Aún así me dormí. No me dormí con The divide, muy olvidable. Ni con El páramo, aún más olvidable. ¿Qué ocurre entonces, o qué me ocurrió con Melancolía?

Quizás la distancia en la que me situé respecto a la imagen. ¿Su frialdad? no es fría, pero es cierto que el ahora anti-dogma (por mucha cámara en mano que hay en la mayoría del metraje) te aleja un poco del producto final. También su ritmo es parsimonioso… se entiende que sea el que es pero todo lo descrito anteriormente lleva inevitablemente a la relajación… o quizás simplemente yo estaba cansado para asumir el reto que propone Lars Von Trier en su última creación. Espero que hoy no me pase. Por twitter hoy mismo -o mañana- lo cuento, después de su segundo visionado, descansado como me encuentro.

Pero la película también peca de cosas que quiero comentar. Pienso que es algo pedante. Que trata de asuntos tan elevados desde un punto de vista tan evidente que se puede llegar a pensar que o bien te sermonea o bien te muestra una ingenuidad en su intención que no acaba de cuadrar con el saber hacer de Von Trier. Pero todo es posible. Puede que Von Trier sea un pedante o puede que tan solo desee hablar de una cierta obsesión. No lo sé. En todo caso la sensación final puede ser para algunos negativa.

Me quedo con el paseo emcional y con el masaje a los sentidos. Me quedo con una película que invoca a gritos a lo bello como los modernistas hicieron con sus composiciones finiseculares. Me quedo y me quedaré siempre con el elemento perturbador que tiene todas sus películas y por eso hoy repito. Y por eso la recomiendo, como recomiendo casi todas sus películas.

El chiste del principio era para relajar un poco. Porque sabía que acabaría en un tono más serio.

Se cierra el telón. No era Spiderman. Por cierto, Spiderman también me encanta.

 

 

Enlazo aquí los posts anteriores sobre Vigalondo, con motivo de la presentación en Sitges de Los Cronocrímenes y de la “semana Vigalondo“, como la titulé en su día, en la que se estrenó comercialmente la película:

https://xfar.wordpress.com/2007/10/25/conversa-alex-i-los-cronocrimenes/

https://xfar.wordpress.com/2008/06/20/setmana-vigalondo/

https://xfar.wordpress.com/2008/06/24/setmana-vigalondo-ii/

Hablé de Vigalondo hace ya unos años, cuando presentó en Sitges Los Cronocrímenes en una tarde que entre otros me ocupó un tal Kitano. Nada, un señor cualquiera, como todos sabéis.

Yo ya sabía algo de Los Cronocrímenes. Sabía que había ganado algún premio, sabía que me encantaba lo que había oído y visto de la película -lo justo, sin mucho spoiler-… pero de quien no sabía nada era del director. Y de lo que sería capaz de hacer aquella tarde con su historia. Y discutía acerca de eso con un buen amiguete mío en una cola vespertina con bocata chusco en la mano. Hasta ahí todo normal, lo lógico en el marco de esos días de Festival.

Bueno, eso de que no sabía nada… tampoco. Como de vez en cuando hago mis propios cortos y me gusta mucho investigar y buscar en la red piezas audiovisuales de mayor o menor interés -algunas deberían ser de visionado obligatorio en las escuelas, y no solo de cine-, sí que había visto un corto español que se había presentado a los Oscars; uno en el que había un chico medio/loco medio simpático que por el amor de una mujer y sus chifladuras se montaba un musical en un bar de tapas -así, by the face– que acababa en un festival de luces y colores (por decirlo sin fastidiarle a nadie el final). Eso lo sabía, sí. Pero no recordaba que ese tipo, el actor y director de ese corto tan simpático y tan reconocido, era el mismo que ese día presentaría Los Cronocrímenes. No caí en ello. Quizás porque no soy demasiado mitómano y quizás también porque soy un aficionado al que le gusta ver cine y de vez en cuando hablar de él, y no un critico al que le pagan por estar -y mantener- informados a sus lectores.

El caso es que ese día me explotó en la cara una bomba. Lo que dije entonces está en este mismo blog y no voy a repetirlo, pero sí diré que Los Cronocrímenes me pareció fascinante. Desde esa especie de costumbrismo medio cutre tan bien representado por los actos y acciones de su pedazo de personaje, Héctor (qué grande es Karra Elejalde, por dios) hasta su segundo acto -maravilloso aun en sus siguientes visionados- y desenlace, que cerraba lo que no todo el mundo hubiese sido capaz de cerrar con esa no solo dignidad sino también ese (in)genio creativo, tan descarado para alguien que realizaba su primer largo.

El Auditorio del Melià de Sitges era como una fiesta. Por el escenario desfilaban el tipo éste, Vigalondo, con una suerte de amiguetes la mar de simpáticos que no auguraban -para nada- algo bueno en lo que después se proyectó en pantalla. Todo parecía muy lleno de cachondeíto pero no estaba claro que lo que ese tal Vigalondo presentaba fuese algo digno de verse. Pues bien. No solo fue digno de verse, sino que años después aquí está un servidor -y alguno más que conozco por ahí- que sistemáticamente revisa esa película. Porque es muy grande. Y porque quizás no es la masterpiece de tu vida pero que desde luego es cojonuda en todos sus sentidos. Sobre todo para nosotros, esos enfermos de cine que pueblan cada octubre desde hace ya décadas el Festival de cine de Sitges.

Es curioso porque a veces los que menos serios y más payasetes parecen son los que más respetan el trabajo que hacen. Y en las piezas de Vigalondo está ese respeto. Y todo el colegueo que se trae con los que comparte esa pasión proviene de ese mismo respeto. Respeto por un cine que a veces se ha denostado, por una cultura que a veces se ha tildado de subcultura -llámese cine, o cómic, o underground o como coño se la quiera llamar- y respeto por lo que significa el cine, una forma de expresión ARTÍSTICA y nada fácil de llevar a cabo. Respeto por las referencias que nos han parido culturalmente hablando y que nos han construido como seres que curiosean, fantasean y meditan sobre cosas más o menos interesantes, dependiendo del ojo del que mira. Pero en todo este recorrido siempre, en Vigalondo y lo que hace, huelo ese respeto. Sus obras gustarán más o menos pero son serias dentro de la coña marinera que se trae, y van dirigidas -espero no equivocar mi análisis- al mismo público respetuoso del que el propio Vigalondo sigue formando parte.  Para divertirlo, para hacerlo reflexionar a su manera, o para lo que quiera él como creador que es. Y de ahí su éxito, además de por su buen hacer en estas labores de cineasta, nada fáciles por cierto.

Extraterrestre no es una película redonda. En mi modesta opinión, mejora sólo ciertos aspectos -muy pocos- de los que su autor presentó en Los Cronocrímenes. Tiene una primera parte divertida, que presenta la trama principal y a sus personajes y que está llena de ingenio. Pero después se desinfla. Vale. Es mi opinión. Para eso vamos al cine, para disfrutar y poder opinar. Y como no quiero bailarle el agua a la persona que seguramente ahora más enjabonada está del planeta chanante lo expreso con claridad: Extraterrestre me decepcionó. Pero claro, ahora voy a explicar los porqués.

No se trata, como he leído por ahí, de que Vigalondo haya perdido pulso y no se consolide en nada porque “no había nada que consolidar”. No señores. Tampoco se trata de que filme “un chiste que alarga hasta el exceso y no rubrica con un desenlace a la altura de las expectativas“. ¡Eh! Tampoco va por ahí, ¿eh? No desviemos el tema. Y por cierto sería rodar y no filmar. De nada. Pues no, no eso; se trata de que Vigalondo juega en varios escenarios peligrosos y acaba dándose de bruces con la realidad: que mantenerse en ese filo es harto difícil. Y esos juegos malabares tan complicados son la comedia y el espacio. La comedia porque a ver quién es el guapo que hace (son)reír al público durante un hora y media -que recuerde en mi caso solo lo han logrado los Monty Python y Faemino Cansado, y estos tipos son básicamente genios y humoristas y Vigalondo quiere quizás ser genio pero no solo es humorista-. Y el espacio porque en un solo escenario prácticamente situar toda una historia como la que se nos cuenta en la película es casi un suicidio. Y me dejo un condicionante más: los personajes. Solo cuatro. Ya está. Cuatro personajes que tiene que iniciar, desarrollar y finalizar una trama desencadenada -¡¡¡ENCIMA!!!- por un motivo scifi (toca’t els collons i balla) que es nada más y nada menos que una invasión alienígena. ¡Chúpate esa! En un solo espacio, con cuatro personajes, en tono de comedia y con poca pasta. Pues venga va, a ver quién mantiene la tensión en esa jungla que acabo de describir. Dificil el jardincito, la verdad… ¿o no lo es?

Y ahí estamos, entonces; en que Extraterrestre no me satisfizo como en su día lo hicieron otras creaciones de Nacho Vigalondo. Eso no significa que no sea una película recomendable, que lo es. Por muchos motivos. La recomiendo por sus actores -los verdaderos extraterrestres de la cinta- que dotan de realidad unas situaciones totalmente rocambolescas con una interpretaciones más que notables. La recomiendo porque tiene unos diàlogos -en su mayor parte- ingeniosísimos, que no están al alcance de cualquiera. La recomiendo porque se disfruta y al salir del cine y de su área de influencia de unos días se sigue recordando con una sonrisa y la recomiendo, finalmente, porque tiene mucho mérito lograr lo que logra en gran parte de su metraje con lo poco que aparentemente tiene. Ahora bien, no es ni su mejor película ni es perfecta. Por mucho que se empeñen todos sus seguidores, por mucho que sea un tipo que caiga de puta madre. Y por mucho que sepas que trata todo lo que amas con el respeto que pocos lo han tratado.

Nacho, majo, quiero que sepas que tu película me ha gustado mucho más que Super 8. Mucho más que Juan de los muertos. Mucho más que The divide. Mucho más que muchas. Qu es más ingeniosa que la mayoría y que tiene más huevos que gran parte de la cartelera. Pero no me ha gustado más que Los Cronocrímenes. Bueno . Es tu segunda película, y yo voy a seguir esperando cosas muy interesantes de ti.

Ya sabes a quién tienes que superar. Siempre que quieras, claro.

 

A unos minutos del comienzo de Drive las expectativas no podían ser más altas. Por un lado teníamos unas crónicas y críticas de su paso por otros festivales (como el de San Sebastián) que hablaban maravillas de ella. Por otro lado, todo apuntaba a que como espectadores volvíamos a recuperar a un actor al que hacía algún tiempo habíamos perdido la pista: un Ryan Gosling que nos mostró de lo que era capaz en películas como The believer (Henry Bean, 2001) o la sobresaliente Half Nelson (Ryan Fleck, 2006). Todo apuntaba a que nos encontrábamos ante una película que además de esperada debía estar por encima de la media en el marco de un festival, el de Sitges, en el que el fomento del entusiasmo es el pan suyo de cada día.

Y de vez en cuando ocurre, y una película no decepciona. Drive te emociona, conmueve, impacta y entristece dentro de una estructura narrativa clásica y efectiva marcada por una serie de condicionantes que la elevan al séptimo cielo del mundo del cine. Su impacto es tal que cuando termina todavía no tienes claro cuál es el aspecto o los aspectos que te han llevado a recibir una impresión tan salvaje. La certeza de que acabas de asistir a la construcción de un clásico que perdurará en nuestra memoria colectiva durante mucho tiempo es tan clara y merdiana que sales de la sala herido de satisfacción, emocionado al comprobar cómo una película puede llegar a transportarte a tantos lugares emocionales distintos. En sus casi dos horas de duración Drive te ha regalado un mosaico de sensaciones como pocas películas son capaces de ofrecer y te ha mostrado un sinfín de posibilidades de análisis distintos -estético, argumental, simbólico, puramente cinematográfico… – tan rico que parece mentira que en una sola película quepa tanto acierto.

Drive nos cuenta una historia que a su vez son muchas, todas con un desarrollo y desenlace clásicos en sus subtramas. Cada aspecto que queda abierto argumentalmente se cierra con habilidad y de forma que se abren un sinfín de lecturas  que llenan de matices lo que se acaba de presenciar. Finales de subtrama que se cierran a cal y canto pero que a la vez abren múltiples lecturas de significación, algunas de carácter moral, otras de carácter puramente artístico o estético. Y curiosamente todo lo que nos cuenta la película es tan manido que puede resultar ridículo: un personaje de pasado casi desconocido y con una pesada carga vital a sus espaldas se presta a mostrarnos un desarrollo emocional que va de lo más frío -congelado- a lo más cálido; ése es el recurso argumental inicial que dibuja una historia que se intuye oscura y de clara redención personal desde prácticamente su inicio. Lo que muchas otras películas ofrecen, vamos. Pero en este caso los aciertos empiezan ya desde el casting -no me imagino otro actor haciendo lo que Gosling hace con su personaje- para llegar a lo sublime en la composición de los matices y colores del protagonista en un guión que trabaja sobre la delgada línea que separa el acierto del ridículo.

El personaje que interpreta Ryan Gosling trabaja en un taller  de coches -regentado por un jefe que interpreta hábilmente Bryan Cranston, y alterna ese oficio con otras dos fuentes de ingresos. En la primera, legal y pública, trabaja como un reputadísimo especialista de cine que conduce coches  en las escenas de riesgo. En la segunda, mucho más comprometida pero más lucrativa, actúa como vía de escape de ladrones y atracadores de bancos poniéndolos a salvo con su impecable habilidad como conductor de alto voltaje. En todas ellas vive una vida más bien silenciosa y solitaria hasta que su relación con una vecina (Carey Mulligan) y su hijo y la amistad que va construyendo con su jefe del taller ponen en jaque todo el aparente equilibrio conseguido en su complicada vida.

Hay una evidencia muy clara en Drive, y es que el personaje camina por senderos morales peligrosos y por lo tanto debía alcanzar un grado de  empatía  emocional con el espectador para acompañar al personaje sin censurarlo, creyendo en sus motivaciones, simpatizando con sus acciones y sin preguntarse los cómos ni los porqués  de las mismas. Esa empatía era necesaria y  difícil de alcanzar porque es una interpretación parca en palabras, con un transmisor único de su subjetividad, su mirada, a la que la  cámara le dedica intensísimos y cercanos planos. Una mirada así solo podía sostenerla alguien como Gosling. No se me ocurre a nadie con una mayor capacidad para comunicar emoción y melancolía que él, que en el pasado ya fue capaz de firmar un par de escenas cumbres sin pronunciar una sola palabra con su alter ego en Half Nelson. Con esa baza y el entendimiento absoluto entre lo que deseaba conseguir el realizador y el talento del actor a su servicio, esa comunicación necesaria con el interior del personaje se da desde los primeros instantes y de forma más que contundente.

Por todo esto Drive es una película de actor sobresaliente, pero que además regala otras cosas al espectador más exigente. La acción adrenalítica y el pulso acelarado que logra en sus segundo y tercer actos es mérito de una primera hora de manual, de una contención y de un ritmo pausado que limita peligrosamente con el tedio y el desencanto. Toda esa parte inicial está intencionadamente dirigida a presentar al personaje con el que vamos a caminar por el lado más salvaje, y su pausa solo existe como mostración de su personalidad y como contraste al ritmo que después se encontrará el espectador, que a esas alturas piensa que el discurrir de la cinta no va a llevarle por caminos muy diferentes al visto hasta ese momento. Craso error: en un acto final que eleva a toda la película a la altura de una tragedia digna del personaje más romántico que se ha creado últimamente en el cine, el espectador queda a merced de sus emociones y de aquella empatía construida silencio a silencio, mirada a mirada. Si a esto se le añaden unos aspectos estéticos que no solo adornan la trama y al personaje sino que lo llevan más allá de lo que serían sus supuestas intenciones la imagen acaba convirtiéndose en algo hipnótico de lo que es francamente complicado escapar. La ciudad y su nocturnidad, los coches, el pensamiento plasmado en el lento discurrir de los acontecimientos y en la mirada de los personajes, la chupa amarilla con el escorpión descontextualizada y cargada de estética vintage (y de significación por lo letal de su propietario), las luces de los automóviles… todo acaba combinándose para golpear los sentidos en un cóctel explosivo perfectamente controlado y mejor dirigido. Y la fascinación que produce en lo sensitivo es el segundo gran triunfo de la película, a la que además le acompaña una banda sonora de los 80 que parece que acompañe a una película de los 70  hecha en nuestro nuevo milenio.

Y al final, un desenlace que potencia más el global de la cinta, por lo inesperado, duro y salvaje pero también por la coherencia con lo que se ha estado viendo. En todo su tramo último asistimos alucinados a la desesperación de unos personajes al borde del existencialismo que actúan desde las tripas y del instinto, y se produce el triunfo final de la ambigua lectura moral que ya se produjo de un modo parecido en una obra maestra como Taxi Driver, una película en la que no dejaba de pensar cuando salí de la proyección de Driver. Y si me atrevo a hacer esta comparación es porque creo sinceramente que como aquélla, esta Driver va a ser elevada a la categoría de película de culto por muchos de sus espectadores, entre los cuales me incluyo.

De vez en cuando ocurre. Que el cine te regala algo que va más allá que dos horas de entretenimiento, incluso más que dos horas de entretenimiento inteligente. A veces parece que todo se conjugue adecuadamente para lograr que una película te haga sumamente feliz y vuelvas a darte cuenta de lo que puede llegar a ser el cine y lo que puede proporcionarte. Disfrutad de Drive los que no la hayáis visto cuando se estrene y procurad no perdérosla porque estamos ante un clásico del cine contemporáneo. Ante una de las películas de la década. Al tiempo.

John Carpenter es un genio. Y como tal, propuso en 1982 una película genial, de recuerdo imperecedero entre los aficionados del cine de género y del buen cine en general. En aquella película, The Thing, que ya tenía su referente en la anterior El enigma de otro mundo (Christian Nyby, 1951), algo que no debemos olvidar, se volcaban elementos de puro cine de terror y ciencia ficción pero en un tono de reflexión, en una época en la que se vivía la tensión de la guerra fría. De hecho tal mirada desde el fantástico no era nueva, ya que en films como La invasión de los ultracuerpos (cualquiera de sus versiones) ya circulaba entre los personajes la paranoia, el miedo al otro, el terror a la delación y a descubrir que lo más cercano puede convertirse en la amenaza más temida. Un miedo escrito a fuego en el ADN de la historia americana y que provenía de casos como el macarthismo.

Nada nuevo, o eso parecía, podía aportar esa segunda versión de la película. Pero The thing era mucho más de lo que simplemente aparentaba. Primero porque nos volvía a descubrir a un realizador que nos hacía una clase magistral –nuevamente- sobre la puesta en escena, y segundo porque su película, por todo lo dicho antes y por el tratamiento y el cuidado de sus escenas, acabaría siendo un clásico que incluso hoy, 29 años más tarde, vuelve a revisarse. De lo que podía haber sido anecdótico Carpenter forjó una película de culto, que bajo sus diversas capas de significado, más profundas que la puramente fantàstica, acabaría conviertiéndose en algo mucho más importante que una película de sustos, palomitas y cine de barrio.

Así las cosas la llegada del nuevo remake sobre The thing, el tercero, volvía a priori a resultar aparentemente innecesario, y más aún si se tiene en cuenta la maravilla que fue y es su predecesora. Cualquier aficionado más o menos comprometido podía ver en tal revisión una pérdida de tiempo y además suponía que podía quedar manchado el status de la película previa. A todo esto se sumaba la sensación de falta de ideas nuevas, sobre todo en un género, el fantástico, que puede acabar deambulando fácilmente por lugares comunes sin ni pizca de originalidad.

Por otro lado, un remake podía resultar para el aficionado más entusiasta una forma de reivindicar y dar a conocer una película antigua y gloriosa a través de una nueva versión. Si no resultaba un fiasco, como había sido el caso de cintas como El amanecer de los muertos de Snyder (versionando la maravillosa Zombie de Romero), Las colinas tienen ojos, de Aja (que incluso superaba la firmada por Craven), o el personalísimo y acongojante Hallloween de Rob Zombie (curiosamente mirando de nuevo a Carpenter) podía ocurrir que la nueva película abriera un vía nueva en una historia ya conocida pero desde nuevos puntos de vista, algo que siempre podía resultar enriquecedor. Todo podía pasar.

Y el resultado final es lo que se ha llamado precuela de una película que se ha hecho con la voluntad de pasar un buen rato, plagada de unos efectos especiales fabulosos, muy en la línea digital actual, y con un ritmo que agradará sin duda mucho más a ciertos espectadores, ávidos de que ocurran muchas cosas y muy espectaculares. Ha ocurrido que se desarrolla una historia idéntica sin caer en el aburrimiento y sin dejar respirar al espectador. Lo que ha acabado pasando es que se ha creado una gran película de acción, aventura y terror de consumo fácil y que divierte, inquieta y seduce a partes iguales. Todo ello a costa de algo, del elemento más significativo de la película original, la paranoia de los personajes.

En la película de Carpenter daba miedo el ser, el monstruo, sí. Pero hoy día ese bichejo ha quedado obsoleto visualmente hablando y sin embargo la película ha resistido igual el paso del tiempo. Y lo ha hecho porque lo que en ella se narró no hablaba solo de un monstruo del espacio exterior, sino del monstruo que todos llevamos dentro, el que de verdad daba miedo en la película, pero en una suerte de metáfora a la inversa que te ponía los pelos de punta. Escenas como la de los análisis de sangre, los debates entre los personajes dando sus razones para llevar a a la confianza del grupo, o la secuencia final –TREMEBUNDA- llena de ironía y de unos matices y una desesperación de carácter casi trágico dejan paso ahora a un espectáculo visual mucho más competente en ese sentido pero que está vacío de contenido. Y eso no tiene porque ser malo, ya que una de las funciones del cine es divertir. Pero desde luego cuando se revisa una obra maestra como es The Thing, y se hace, además, desde la nostalgia, no es para nada plato de buen gusto.

Diría entonces que la nueva The Thing no es una película interesante? Depende de la mirada y de lo que esperes de ella. Si quieres verla como un entretenimiento puro y duro te entretendrá y pasarás un buen –o mal, como se mire- rato viéndola. Saltarás de butaca, sudarás con los personajes y se te helará el corazón en muchas de sus escenas. Con esa mirada la película no solo es recomendable, sino de visionado obligado. Ahora bien, si lo que se espera es algo parecido a la antigua The Thing la cosa cambia, y mucho. Si tu idea es volver a ver a Carpenter y disfrutar de otro tipo de sufrimiento, no la recomendaría.

Ya hablé en algún post anterior de la maldita nostalgia. Y de ahí que no quiera repetirme, pero es evidente que debemos olvidarnos de ella si vamos a revisar un remake como éste, o como la mayoría de los últimos que se han producido. Si esperamos ver la misma película nos estamos equivocando, así que la condición es dejarse llevar, olvidarse de los años dorados y disfrutar con el nuevo producto. Así, sí vale la pena la nueva The Thing, y mucho más que muchos remakes actuales.

Pero claro, para ello hay que olvidarse de John Carpenter

Sumidos en un momento histórico complejo, ruin y a veces perverso, en el que las segundas oportunidades son escasas y la hostilidad del día a día se lleva la esperanza con los pies por delante, el cine puede armarse de significado y resultar un enunciado de caràcter puramente informativo (caso de lecturas como la de Inside Job), crítico (la propia Inside Job en su poderosa doble vertiente o las películas de realizadores como Ken Loach) o catártico, como en el caso que nos ocupa.

Another Earth es una película nacida con la voluntad de contar una historia sencilla vehiculada por un acontecimiento fantástico, un leitmotiv puramente metafórico que al final resulta ser determinante para poder comprender la intención de su creador: el de disfrutar de esas mencionadas segundas oportunidades. Y Hablamos de catarsis porque con su visionado volvemos a creer que es posiblehacer las paces con uno mismo y con tus errores por muy graves que estos sean. También es catàrtica porque es esperanzadora ya que nos muestra la otra cara posible de una realidad, la nuestra, como una suerte de cara oculta de la luna que en este caso esconde la posibilidad de reconstruir lo destruido por nuestras acciones.

El desencadenante de los acontecimientos que se narran en Another Earth es un accidente de coche y la muerte de un personaje, una muerte injusta provocada por la inconsciencia de la juventud. Y es una injusticia que es bidireccional: un personaje muere trágicamente y el otro, la protagonista –una más que excelente Brit Marlingen el papel de Rhoda– deberá vivir con una pesada mochila a sus espaldas. Merecida o immerecidamente –la película no transita por los caminos de los juicios morales- la vida de Rhoda queda condicionada hasta que decide tratar de equilibrar su estado de las cosas con la ayuda inesperada de un elemento puramente azaroso y casi mágico que actuará de un modo práctico en lo narrativo y de modo simbólico en una lectura más profunda, ya como espectadores. Es esa otra Tierra que aparece, en la que se dibuja la esperanza, en la que todos podrían encontrar una respuesta frente a lo que resulta incomprensible e injusto. Una Tierra que descubrirá el reflejo de lo que podría haber sido y no fue, el espejo en el que todos nos gustaría vernos reflejados. Que promete lo que por desgracia la realidad no puede prometernos y que puede acabar de golpe con la culpa, la peor carga que puede soportar un ser humano.

Another Earth es una película independiente, y lo es de verdad. Sin conocer los números que avalaron su producción podemos intuir que no es una película cara para las cifras que se barajan en el cine estadounidense, incluso en el de menor presupuesto. Sin embargo, la envergadura de la película es enorme por lo que trata y por cómo lo trata. No es pedante -y podría resultarlo- porque no naufraga en lo simbólico. Es creíble y verosímil cuando podría convertirse en una auténtica fantasía y no cae en los tópicos pese a contar todo lo dicho y aderezarlo además con una historia de amor tormentosa, un recorrido que mal llevado sería terreno abonado para el tópico más irritante. Por todo ello hablamos de una pieza cuyo realizador, Mike Cahill, probablemente ha podido controlar hasta moldearla con éxito y para contar única y exclusivamente lo que ha querido, ni más ni menos. Su estética casual de cámara al hombro en la mayor parte del metraje concede a todo el conjunto un aspecto desaliñado que te concentra todavía más en lo que se está contando y que remarcan aún más los instantes más mágicos de la cinta, con la “otra Tierra” enmarcada en la profundidad de plano.

Con unas interpretaciones magistrales por contenidas y sinceras, Another Earth levanta el vuelo desde la primera secuencia hasta la última con competencia y en un in crescendo marcado por lo que se narra y no tanto por el cómo, algo que no es tan habitual como debería. Su poesía radica en la sencillez de lo que propone para explicar algo que de sencillo no tiene nada, una historia de caídas y redenciones , y lo hace desnuda de artificio y contando solo con los elementos básicos de toda buena película: una buena historia, unas buenas interpretaciones y el talento de un director de orquestra que fusiona ambas cosas de forma competente. Una película, en definitiva, en la que el buen gusto campa a sus anchas. Imprescindible.

Y por fin llegó la diversión. Era media tarde en el Auditorio del Gran Melià cuando por la pantalla empezaron a circular los chicos protagonistas de la cinta pandillera –ésta sí- más divertida y entretenida del año. El público, pasado de vueltas, celebraba cada salto en bici, en skate, en ciclomotor cutre de repartidor de pizzas como si fuera un estadio de fútbol. Un público que no podía creer lo que veía: ni Super 8 ni leches. Attack the block. Y a tomar por saco.

El gran acierto de casting es tan extraordinario como la capacidad que tiene esta peli para sorprender con lo que ya no sorprende. Los minutos vuelan y al terminar apetece más. Y el juego es sencillo aparentemente: divertir al espectador con lo que ya todo el mundo ha visto, pero en un contexto canalla distinto, rompedor y de una espontaneidad tan potente que parece mentira que sea tan difícil conseguir lo que la película consigue. Y da igual que hablemos de una cinta de acción con adolescentes pasados de vuletas y extraterrestres más bien cutres: lo importante es el goce, el disfrute total de cada acierto –que los hay, y muchos- de la cinta. Lo importante es la cara de crío que se te queda cuando se pagan las luces. Y las ganas de más.

Argumento estúpido, en principio. Ataque alienígena a un barrio conflictico de Londres, “propiedad” de los gangsters callejeros de turno, con mucho rap y mucha testosterona y poesía callejera cutre por medio. Los tipos que van y se cabrean y deciden tomarse la justicia por su mano en vez de llamar a los cazafantasmas. Y es tan burro todo que entrar en el rollo es tan fácil como cuesta desengancharse. Attack the block es una gozada porque te invita a una fiesta estúpida a la que acudes con reservas y acabas totalmente borracho. Es un exceso de pandilleo y personajes de aparente poco recorrido que acaban despertando todas tus simpatías en un juego empático que se presenta inesperadamente, cuando crees que no se puede engañar de ningún modo al espectador. Pues sí, se puede. Lo que hace falta son las ganas de hacer pasar un buen rato al público y un talento brutal para desarrollar una narrativa que mezcla aventura, comedia y algún aspecto dramático con competencia. Y quien diga que eso es sencillo que revise la cantidad de estupideces que lo han intentado y han fracasado. Le saldrá un top ten de chascos en taquilla -y dignidad- en menos de 10 segundos.

Lo siento por los incondicionales de la película del verano, pero Attack the block es todo lo que para muchos no ha sido Super 8. Ya no se hacen películas como las de los 80, decían. Bueno… diría que ya no se hacen porque es absurdo imitar lo que la nostalgia se encargará siempre de destrozar por muy buena que sea la propuesta. Pero se pueden hacer películas blockbuster de calidad cojonudas que se recuerden en este nuevo milenio, y que sean referente para muchos de los chavales –y no tanto- que poblaban el otro día el fantástico cine del Melià. El director comentaba que le había salido una mezcla de Super 8 y 8 millas, un “Super 8 millas”. Bueno, bastante mejor que ellas, pienso. Sin pretensiones y con el discurso claro y preciso. Sin engañar a nadie y haciendo disfrutar a una multitud de gente ávida de rememorar los pases de los cines de barrio más pasados de vueltas. Con una legión de adictos al cine en vena que disfrutan de cada segundo del a veces denostado cine de fantasía, acción y aventuras.
Porque vale, de acuerdo; no es Scorsese, ni Tarkovsky, ni Haneke ni Passolini. Ni Lynch ni Houston, o Kubrick. Es solo una película de acción y humor. Una tontería. Una minucia. Una pequeñez intelectual, una tontería. Bueno.

¿Y cuál es the fucking problem, bro?

Los minutos iniciales de la película de Maíllo, Eva, son tan prometedores que piensas que estás ante una de esas cintas de sci-fi tan buenas, las que logran trascender el tiempo. Una de esas que se pueden convertir en un clásico y que incluso superan la tiranía de las estéticas. No un Blade Runner -eso será siempre altamente improbable- pero sí, por qué no, una Gattacca o un Code-46. Salvando siempre las distancias, claro.

En una primera parte alejada de las pretensiones que suelen acompañar a este género, Eva se mueve en un territorio en el que fácilmente se puede caer en el ridículo, pero lo hace con éxito: el espectador asiste a una de las mejores sesiones de cine fantástico y de ciencia ficción de calidad que ha dado el cine de este país en toda su historia. Un magistral Lluis Homar dando vida -de forma irónicamente paradójica- a un humano creado artificialmente, arrasa en las escenas en las que aparece junto a Daniel Brühl (que está más que correcto en su papel protagonista) y solo le hace sombra la niña protagonista , una Claudia Vega fabulosa y un gato robótico que a pesar de estar creado digitalmente sostiene unos auténticos tour de force interpretativos con su homólogo humanoide-Homar. Hasta aquí todo bien.

El problema se presenta en la aparente subtrama -la relación entre Brülh, Etura i Ammann- que acaba siendo trama con mayúsculas y no está a la altura de las expectativas creadas inicialmente. Y no es que no sean interesantes los dibujos que se hace de los protagonistas o las relaciones que se dan entre ellos… Simplemente están por debajo de una propuesta que parecía llevar una dirección menos melodramática -y sobre todo menos pretenciosa, atención a la arte final del film y su innecesario epílogo- y que apostaba fuerte por dejarse llevar por el género sin caer en los lugares comunes de siempre.

Eva gusta, y gusta porque es valiente. Tiene una producción detrás de “grande” y si con ella se querían demostrar una serie de cosas -como la falta de pudor de un nuevo cine español o la capacidad y talento de los nuevos realizadores de este país- llega a buen puerto, pero en lo narrativo y sustancial -su historia- por desgracia se pierde a medio camino. Aún así creo que debe verse: seguro que es un antes y un después a muchos niveles.

El elemento externo, perturbador, que desequilibra la vida ordenada del burguesito de a pie desnaturalizando su tranquilidad y caotizándola es un motivo muy utilizado en el cine y que puede ser muy inquietante. Directores como Haneke, Lynch, Hitchcock… e incluso otros más cercanos a nosotros geográficamente como Miguel Ángel Vivas  -y parece que pronto Balagueró con su Mientras duermes–  ha usado o usan este casi tópico cinematográfico como el aspecto que vehicula algunas de sus historias más interesantes. Así, en Funny Games o Caché los protagonistas se ven asediados por un horror que no saben cómo evitar y que los convierte en víctimas, en verdugos  o en aquello que siempre han repudiado por considerarlo inmoral o poco adecuado a sus registros sociales. En Lost Highway, la pesadilla psicodélico-esquizofrénica del protagonista comienza con unos vídeos en los que se profana su privacidad (igual que en la citada Caché de Haneke) y en Rear Window un vecino convierte en realidad los morbos escondidos de un voyeur en silla de ruedas hasta transformarlo en una suerte de agente secreto con licencia para observar. En el caso de la maravillosa Secuestrados, como en Funny Games, el ariete de la violencia golpea la realidad de unas vidas que se presumen idílicas y sume en una pesadilla lo que antes era tedioso, la normalidad, la rutina. Nadie está a salvo, nadie es como dice ser y lo civilizado se derrumba ante el ataque indiscriminado a la intimidad haciendo que los ojos del espectador empaticen con unos personajes que les muestran las diversas posibilidades a las que puede llegar el comportamiento humano en una situación límite. Y se acaba mostrando lo salvaje que uno puede llegar a ser, lo animal e instintivo que hay en el ser humano, lo que es más frecuente esconder que mostrar.

En El hombre de al lado, hay un vecino que quiere hacer una ventana que da a la casa del protagonista de la historia. Y algo tan sencillo como esto se dota de una carga metafórica tan grande que sirve tanto para explicar un radical cambio de comportamiento de un personaje de vida resuelta –que no feliz- como para hablar de una determinada sociedad, racista y clasista, escondida tras una cortina de tolerancia. Una sociedad que en este caso es la Argentina pero que podría ser cualquiera.

El hombre de al lado habla de todo eso y de la hipocresía, del presumir “que se es” y se tiene frente a lo que se es y se tiene de verdad; la historia desmenuza con angustia el discurso cínico del que lo tiene todo en contraposición al que no lo tiene, o al que se supone que no lo tiene. Acerca también con su discurso el terror al espectador medio de la película, que probablemente se reconocerá en algunos comportamientos y reacciones del protagonista y sonreirá nerviosamente ante el desarrollo de los acontecimientos que describe en ella. Así, la condescendencia repugnante mostrada por el personaje principal y la mala educación que muestra –sobre todo en privado-  respecto al personaje que se supone es más maleducado y está en un nivel social inferior va dejando al descubierto, a medida que la cinta se desarrolla, unos mecanismos perversos que con frecuencia contiene cualquier sociedad civilizada, que supuestamente puede y debe reaccionar de otra forma ante la diferencia y las formas diferentes de vivir y entender la vida en sociedad. Son reacciones primitivas, basadas en el miedo a lo desconocido, a lo que es, vive y respira de modo diferente, un horror –en el fondo- a mirarse a uno mismo para no descubrir en lo que uno se ha convertido: una máquina mentirosa incapaz de crear puentes de comunicación con sus semejantes que no sean a través de las bravuconadas, las burlas o las mentiras. Unas reacciones que están ahí y que conviene recordar que existen para tratar de no caer en ellas, o simplemente para ser conscientes de su existencia. Unas reacciones aparentemente reprobables, insitintivas,  pero más comunes y habituales de lo que somos capaces de reconocer.

Y es por eso que el protagonista, que ha logrado una posición social y un éxito evidentes, miente, se burla, denuncia y no tolera a su antagonista, que tan solo pide “algo de la luz que su edificio le roba” que ni se sabe qué hace ni parece importarle lo que se piense de él; no es mentiroso, ni hipócrita, ni está aterrado porque no lo necesita. Es libre para proponer y no comprende los cánones del comportamiento hipócrita que se requiere para ser un “alguien” respetado. Ni está dispuesto a comprenderlos. Puede ser incómodo en los modales, pero le da igual porque no juega al juego que propone la colectividad. Y es en ese choce cuando el espectador se da cuenta que el supuesto salvaje es más persona, más humano que el civilizado, pero que el aceptado por todos es el hipócrita. Que el más libre es el que tiene más valores pero el menos comprendido, y que  el esclavo de sus mentiras es aquel que en apariencia lo tiene todo, incluido la reverencia del entorno y su beneplácito. Y es cuando entonces cuando uno se da cuenta de que el terror a ser descubierto en ese juego de falsedades puede llevar a cometer un acto de traición terrible: la que uno comete consigo mismo.

El hombre de al lado se revela como una película interesantísima, a veces inquietante y profunda y a veces más superficial, que posee un discurso propio personalísimo y que pone en jaque los códigos en las relaciones con  los otros para poder cohabitar de forma pacífica. Subvierte los valores de lo que se supone que debe hacerse para actuar correctamente y desnuda hasta el ridículo los comportamientos hipócritas de una sociedad muchas veces marcada por la superficialidad y la mentira, marcada por el instinto de supervivencia. Las interpretaciones de los personajes son excelentes y la realización, pese a mostrar ciertas irregularidades, es un portento de regularidad y contención si se tiene en cuenta lo delicado del tema que se está tratando. Podría haber sido una película pedante, gafapástica e incluso estúpida en manos de alguien que no supiera lo que se hacía, pero Mariano Cohn demuestra que es alguien a quien debemos seguir la pista.

Y el que salga del cine y esté libre de pecado… que tire con tranquilidad la pared de su vecino al suelo.

Después de ver Super 8 uno tiene la sensación de que ya ha hecho los deberes cinematográficos del verano, y eso funciona para lo bueno y para lo malo. Para lo bueno porque esa idea confiere al hecho cinematográfico una importancia muy poco acorde con la época que vivimos – el cine lo disfrutamos en gran medida en casa-; y para lo malo por todo lo que se le presupone a priori a la película y que después puede volverse contra ella.

Con Super 8 se han conseguido varias cosas interesantes. En primer lugar que la gente tenga ganas de ir a una sala de cine para ver un producto que podría consumir, sin duda  hoy día, en casa y de forma gratuita. En segundo lugar, que vuelva el “cine de nombres” (algunos dirían de autor, pero ese término parece demasiado sagrado para concedérselo a cineastas comerciales como Spielberg, que sin duda lo merecería) que por sí solos levantan una determinada expectativa. En tercer lugar ha prometido meter a los espectadores en un Delorean que los llevará de nuevo a los 80 para volver a padalear las mieles del mejor cine Blockbuster: aquel que conjugaba, supuestamente, calidad con diversión y que se dirigía a todos los públicos. Y finalmente ha logrado  resucitar la idea de que el cine puede volver a ser mítico en su liturgia y en su consumo, y que esa mitificación puede conseguirse siempre en el visionado colectivo,  siempre en una sala y a ser posible  en un entorno grupal, casi de pandilla,  que haga participar activamente a los espectadores desde la nostalgia. ¿O es que hay alguien que piensa que es mejor ver Super 8 en el plasma de 42 de casa, solo y bajada de internet que ir a verla al cine con los amiguetes de tu generación?

Todo esto hace de Super 8 una película, a priori, muy particular.  Promete mucho pero no ya desde el inicio del metraje, sino desde la promoción misma de la película. Consigue meterse a un público muy fiel a su memoria cinematográfica en el bolsillo y ese mismo público seducido de antemano, ya adulto y probablemente con familia y amigos a sus espaldas, atraerá a un nuevo público, más joven, empujado por el entusiasmo de experimentar lo que una vez les hizo felices e hizo felices a tantas personas.  La nostalgia es, pues, una de las grandes bazas de esta película, pero también su gran peligro.

Y es que la nostalgia provoca expectativas difíciles de superar. Y se ha vendido que Super 8 es la recuperación de un cine ya extinguido, algo que puede quedar en la nada si no se tiene en cuenta precisamente que el cine de los 80 ya no existe ni como cine ni como época.  Que los mecanismos que mueven el lenguaje cinematográfico actuales han cambiado y también el espectador y sus necesidades, y el cortocircuito que puede provocar ver una determinada intención “a la antigua” con otra absolutamente moderna (con más prisas, quizá más efectista, empresarial  y menos sincera) puede ser fatal. Y viendo Super 8 eso puede suceder.

 

Puede suceder que en el momento álgido de la película ésta falle y se deje llevar por cuestiones que un cine, realizado por un determinado tipo de cineasta y en otra época no hubiese permitido. Puede suceder que ciertos aspectos muy buen cuidados durante la primera hora de la cinta dejen de estarlo de golpe y porrazo por cuestiones lejanas al concepto de autoría, e incluso  puede suceder que cuando la película termine te quede la sensación de que algo no cuadra, que hay algo de lo que has visto no acaba de funcionar como debería.

En Super 8 puede pasar que lo más interesante, la relación pandillesca y el análisis de personajes infantiles vividas en cintas como Stand by me o The outsiders a mitad de metraje se deje de lado y deje paso a otras cuestiones, más frías y menos emocionales, o más acorde con los ritmos de los nuevos espectadores. También puede pasar que eso, ese factor nostálgico que era el verdaderamente buscado por un determinado tipo de público, se quede a mitad de camino, y por lo tanto puede ser que eso le provoque una decepción notable.  Y entonces puede ser que no consiga ni superar la comparación con una cinta que seguro no es  superior a la película de Abrahams, The Goonies, pero que sale vencedora simplemente porque esa película ese mismo espectador la vio cuando tenía 12 años. Vencen los Goonies por la misma nostalgia que construía –y supuestamente llevaría al triunfo- a Super 8

También puede suceder que el misterio prometido en el desarrollo de la historia no sea tan interesante ni que su resolución produzca tanto placer como la que producían  las películas en las que Super 8 claramente se basa. Puede ser que no queden claras algunas cuestiones que envuelven ese mismo misterio y que eso aleje un poco al espectador de lo que ha visto, algo que no sucedía en las cintas de las que ésta se nutre. O al menos, la nostalgia que te ha llevado al cine te puede hacer creer eso: que todo lo que ves que no acaba de resolverse sí se resolvía en el cine ochentero que tanto gusta al espectador de esta película. Y puede que tampoco sea cierto. Es posible. Es el problema que tiene el recuerdo.

También puede pasar, salvado el factor nostálgico,  que en esta película te encuentres un nivel técnico difícilmente superable, unas interpretaciones magistrales e incluso unos personajes entrañables que te acerquen a ese paraíso cinematográfico perdido aún sin buscarlo. Porque en tu historia de amor con el cine has visto esas películas y forman parte de tu pasión… pero también eso puede que se rompa por la narración de una historia de corta y pega de tantas y tantas historias vistas y ya disfrutadas  y que además se resuelve de una forma cuanto menos precipitada. Y que esto ya no sea algo excusable si se tiene en cuenta la cantidad de tiempo y de dinero que hay detrás de una producción de este tipo. O sí, si se ve desde el prisma de cine como negocio y no como “experiencia”, tal y como se ha vendido esta película. Y entonces lo que había conseguido la película en un primer tramo podría diluirse y llegaría la decepción. Y se produciría la desconexión y desaparecería la empatía con los personajes. Tanto en los espectadores nostálgicos como en los que tratan de desvincularse de su memoria y solo buscan el goce del cine-espectáculo y de calidad.  Podría pasar eso.

 

O no. También puede pasar que el espectador de Super 8 se deje de monsergas y disfrute de lo que está viendo sin preocuparse de comparaciones y del cine y de la experiencia de ir al cine, de reír, de asustarse, de emocionarse… Eso también puede pasar. Porque elementos para hacerlo la película  los tiene. Pero la sensación es que es un producto muy bien pensado y comercializado para ser algo que no es, un nuevo mito cinematográfico para unos y para otros, para jóvenes, no tan jóvenes y adultos. Y no lo es sobre todo porque deja de lado algo que los maestros que fueron la base  para que esta película existiera nunca hubiesen dejado de lado: el amor por el cine. O al menos por un determinado tipo de cine, el que curiosamente ha vendido esta película. Y no es que Abrahams no ame el cine, es que lo ama de un modo diferente al que lo amaban sus maestros en la época que su película refleja. De una forma más cercana al mejor momento de la película, que se encuentra en los créditos finales de la cinta. Ahí está el espíritu de los 80, la ingenuidad, el amor por el cine… que solo puede arriesgarse a volver cuando la mitad de la sala ha abandonado su asiento. Pero que al menos esté ahí es mérito de su director y con ello la esperanza de que en un futuro se obsesione más por ser coherente consigo mismo y no con un elemento nostálgico escurridizo e inalcanzable.

Avui ha marxat un altre grup. Un més. I després de tants anys treballant amb alumnes, els finals i els acomiadaments m’han fet la pell més dura, gairebé més inflexible davant actes com el d’avui. Per això l’esclat d’emocions és més contingut, potser… però existeix igual.

Enmig de plors inconsolables, de llàgrimes construides des del pas dels anys, l’alegria davant la novetat i la por al desconegut, i des d’una tarima no massa alta avui ha tornat la litúrgia repetida de cada final de curs,  amb els únics canvis de les cares dels integrants d’una promoció anomenada Mario. Però el fet de repetir-se, de finalitzar en la rutina, en el cansament de final de curs, en la tensió del dia a dia que fa esclatar per qualsevol cosa no vol dir que no continuï emocionant. Sempre emociona, malgrat la pell es faci més dura. Malgrat jo sigui més inflexible. Malgrat jo em faci més vell i ells -sembla- que cada cop siguin més joves.

I malgrat des de fòra pugui semblar que tot estigui nodrit d’una nostàlgia gairebé impostada, en moments com els d’avui sempre hi apareix la màgia. I avui ha tornat a passar. Sigui pels motius que siguin, l’acte acaba funcionant i la catarsi col.lectivitza i catalitza les emocions i es produdeix un esclat irrepetible dins d’una situació repetible i repetida. És el que tenen les litúrgies, suposo, i pel motiu que funcionen i existeixen. Fan explícita una situació, en aquest cas una despedida. Fan que un concepte abstracte esdevingui gairebé físic, i acaben derrotant fins i tot als més forts – o els que s’ho creuen, de forts-.

A la promoció Mario: m’heu tornat a derrotar; però és una derrota emocional que condueix a una altra victòria. Gràcies per fer-me sentir igual de jove malgrat cada cop em faci més gran.